Presentación: Por qué no conocí antes a Vaz Ferreira

AutorManuel Atienza
Páginas7-27
Por qué no conocí antes
a Vaz Ferreira
Manuel Atienza
1. ¿Por qué no lo conocí antes?
Me refiero, claro está, a Carlos Vaz Ferreira, a su obra. Creo haber
escrito, al menos, dos libros de inspiración visiblemente vazferreiria-
na: uno sin ser muy consciente de ello, o sin serlo todo el tiempo; y el
otro con plena conciencia y, diría incluso, con algo de mala conciencia
por la tardanza en descubrir a un pensador cuya obra tendría que
haberme resultado familiar desde mucho tiempo antes.
El primero de esos libros se titula La guerra de las falacias y con-
tiene artículos de periódico escritos entre 1997 y 2007 y publicados en
una columna de un diario de Alicante —el Información— que llevaba
precisamente ese título: un guiño a la famosa película de George Lu-
cas, Star Wars, que, al menos en España, se tradujo como “La guerra
de las galaxias”. Me proponía con ello llevar a cabo una empresa de
“periodismo filosófico” que, en la Presentación del libro (su primera
edición es de 1998), explicaba así:
“Como profesor de filosofía del Derecho, he dedicado bastante
tiempo al estudio de la argumentación y, últimamente, al de las
falacias; esto es, a los argumentos engañosos, a los malos argu-
mentos que parecen buenos y que, como decía Aristóteles, vienen
a ser como los metales que parecen preciosos sin serlo. No creo
que sea exagerado decir que, de alguna forma, ese es el tema —o la
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tarea— central de la filosofía: la lucha contra el engaño, la crítica
del conocimiento; la filosofía, para desesperación de algunos, no es
tanto un saber positivo cuanto negativo, consiste más en destruir
que en construir, y de ahí que el oficio filosófico sea, más que nada,
un arte de la refutación. El periodismo filosófico consistiría, pues,
en trasladar esos presupuestos al periodismo a fin de mostrar que
muchos de los argumentos que se vierten en la discusión pública y
que aparecen día a día en los medios —especialmente en la prensa
escrita— no son otra cosa que falacias, argumentos que carecen de
validez, pero que muchas veces logran persuadir a la opinión pública
o a una parte considerable de la misma”.
Cada artículo arranca de una noticia que plantea una cuestión
disputada (¿hay guerras justas?, ¿está justificada en algún caso la
clonación?, ¿es la tolerancia una virtud?, ¿debería legalizarse la euta-
nasia?, ¿debería limitarse la libertad de expresión para proteger a las
religiones?…). Paso luego a exponer los argumentos esgrimidos por
alguien a favor de una determinada solución. Y termino ofreciendo
la refutación a esa propuesta. Lo que motiva el artículo puede ha-
ber sido un tema muy local o incluso una pequeña anécdota, pero
existe siempre la pretensión de remontarse hacia lo general. “Por
eso —decía en esa Presentación— cada episodio, cada batalla, puede
verse como una ilustración de una regla argumentativa o, mejor, de
una estrategia para la refutación de los argumentos falaces: de ahí su
vocación pedagógica. Para resaltar ese aspecto, he antepuesto —seguía
diciendo— a cada artículo una especie de aforismo que contiene el
principio utilizado”. Veamos algunos ejemplos:
“Los tópicos, las frases hechas que aceptamos sin más, no son siempre
premisas fiables de un argumento; pero no porque su contenido sea
necesariamente falso, sino porque la verdad que encierran no vale
sin matices” (p. 31).
“Muchos errores de argumentación en materia moral provienen de
no advertir la complejidad que normalmente encierra la pregunta de
si debería o no prohibirse la acción X; se presupone —falsamente—
que la única respuesta posible consiste en sostener que X debería
prohibirse o permitirse en cualquier circunstancia, con lo que se
descarta ab initio la que, muchas veces, resulta ser la respuesta mejor

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