Pensar por sistemas y pensar por ideas para tener en cuenta

AutorCarlos Vaz Ferreira
Páginas133-155
Pensar por sistemas y pensar
por ideas para tener en cuenta
Vamos a encontrar ahora otra de las causas más frecuentes de
los errores de los hombres, y sobre todo del mal aprovechamiento de
las verdades, al estudiar, como vamos a hacerlo, la diferencia entre
pensar por sistemas y pensar por ideas para tener en cuenta.
Hay dos modos de hacer uso de una observación exacta o de una
reflexión justa: el primero es sacar de ella, consciente o inconsciente-
mente, un sistema destinado a aplicarse en todos los casos; el segundo,
reservarla, anotarla, consciente o inconscientemente también, como
algo que hay que tener en cuenta cuando se reflexione en cada caso
sobre los problemas reales y concretos.
Entremos inmediatamente en algunos ejemplos.
Supongamos que se me ocurre la reflexión de que es conveniente
en la higiene, en la medicina, en la enseñanza, en otros muchos ór-
denes de actividad o de pensamiento, seguir a la naturaleza. En favor
de esta tendencia, pueden invocarse ciertos hechos y hacerse ciertos
razonamientos. Hechos: constataríamos la superioridad de adaptación
de los animales salvajes con respecto a los animales domesticados; en
la misma raza humana, ciertos males especiales de la civilización, etc.
Y también, reflexiones: así (nos diríamos), por una causa cualquiera,
y sea cual sea la explicación que se admita, haya sido la raza humana
creada por un ser superior que la ha adaptado a las condiciones en que
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carlos Vaz Ferreira
había de actuar, o haya resultado de una evolución que ha producido
naturalmente esa misma adaptación, es un hecho, de todos modos,
que el hombre está adaptado al mundo en que vive; por consiguiente,
debe seguir las indicaciones naturales, no debe perturbar, alterar la
vida natural, etc.
He aquí hechos y reflexiones de aspecto razonable. Les decía que
hay dos maneras de utilizarlos.
La primera sería hacerse un sistema (lleve o no un nombre que
acabe en ismo): crear, por ejemplo, una escuela, que podría llamarse
naturismo, y cuya síntesis fuera esta: siempre, en todos los casos,
tenemos un guía infalible en la Naturaleza.
Y la segunda sería la siguiente: para cada caso que se me presente,
caso de dietética, de higiene, de medicina, de pedagogía, me propongo
tener en cuenta la adaptación del hombre a las condiciones naturales
y la tendencia de los actos naturales a ser provechosos.
Les pido que analicen bien la diferencia entre estos dos estados
de espíritu.
A primera vista, parece que en el primer caso estamos habilitados
para pensar mejor que en el segundo, puesto que tenemos una regla
fija, tenemos una norma que nos permite, parece, resolver todas las
cuestiones. Cuando se nos presente un caso no tenemos más que
aplicar nuestro sistema. ¿Es bueno inyectarse tal suero? No, porque los
sueros no son “naturales”; hay que dejar que sea el organismo el que
combata las enfermedades. Tal sistema de alimentación, ¿es bueno?
Sí (comer frutas), porque es natural; no (comer dulce), porque no
es natural. ¿Cómo debemos abrigarnos? Según las indicaciones que
nuestro organismo se encargará de hacernos: ¿tenemos frío?… nos
abrigamos; ¿tenemos calor?… no nos abrigamos. Vean qué fácil es, o
parece, pensar, en este caso.
En cambio, parece que del segundo modo nos hemos quedado en
la incertidumbre. “Hay que tener en cuenta esa idea…” ¿en qué casos?,
¿hasta qué grado?, ¿dentro de qué límites?… todo esto nos parece vago.
Pero, en la práctica (fíjense en esto, que es fundamental), el que
se ha hecho, consciente o inconscientemente, su sistema, para casos
como estos, se ha condenado fatalmente a la unilateralidad y al error;
se ha condenado a pensar teniendo en cuenta una sola idea, que es la
manera fatal de equivocarse en la gran mayoría de los casos (basta,

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