Valor y uso del razonamiento

AutorCarlos Vaz Ferreira
Páginas197-215
Valor y uso del razonamiento
Suele creerse que siempre se debe pensar o discutir única y
exclusivamente por raciocinios; mejor dicho, por raciocinios formu-
lables verbalmente. Esto es, por una parte, creencia vulgar; y, por otra
parte, un postulado de la lógica tradicional, la cual pretendía dar las
reglas teóricas del raciocinio, partiendo del principio, consciente o
inconsciente, de que toda creencia, toda discusión, etc., puede for-
mularse por raciocinios exclusivamente, o que, por lo menos, debería
formularse por raciocinios exclusivamente, debiendo considerarse
eso como el ideal.
A esta opinión extrema se ha opuesto alguna vez otra opinión
extrema opuesta. Muchos lógicos observadores, muchos hombres de
ciencia también, han notado que en la práctica el raciocinio resulta
para los hombres sumamente engañoso y falaz; que todo, o casi todo,
ha podido demostrarse, o parecer que se demostraba, por razona-
mientos; hasta existen raciocinios que, como aquellos por los cuales
Zenón de Elea probaba que el hombre más veloz, Aquiles, si daba
una pequeña ventaja en la carrera a una tortuga, no podía alcanzarla
jamás; o que un objeto en movimiento no puede nunca llegar a su
destino; que el movimiento es imposible, etc.), que parecen probar
hechos falsos, y no obstante tienen una apariencia tan convincente y
tan parecida a la de muchos razonamientos de las Matemáticas, que,
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carlos Vaz Ferreira
posiblemente, si en lugar de presentarse probando hechos falsos, se
hubieran presentado probando hechos verdaderos, tal vez no hubieran
llegado a ser discutidos. ¿Han notado la facilidad con que muchísimos
de los hechos inexactos en que el hombre cree son “demostrados”
por el raciocinio, a veces hasta por el raciocinio matemático; y han
notado la facilidad con que, una vez que se comprueba que los hechos
no pasan así, se encuentra en seguida la demostración de por qué no
deben pasar? En la historia de muchas ciencias (por ejemplo, de la
Medicina, y, aunque en menor grado, en la misma Física, Química,
Ciencias Naturales, etc.), se encuentran continuas ilustraciones de
todo esto. Y, entonces, viene aquella otra actitud extrema, que consiste
en decirse: “El razonamiento no sirve para nada; el razonamiento es
falaz, es engañador; es un peligro para el espíritu humano razonar:
dejémonos llevar única y exclusivamente por el instinto o por el
sentido común”.
Otro hecho, todavía, parece corroborar a primera vista esta última
opinión, y es que una buena parte de los espíritus falsos son a menudo
formidablemente aficionados a razonar. Hasta, en las discusiones,
muy a menudo parecen predominar; y razonan indefinidamente, y
encuentran los argumentos con la mayor facilidad: se siente que están
en el error o en el absurdo; pero refutarlos por medio de razonamien-
tos es, como ustedes saben, muy difícil; hasta suelen parecer los más
consecuentes y los más lógicos de todos; de manera que ha habido
lugar a examinar la cuestión (como se hace en una obra que, de paso,
les recomiendo: Espíritus lógicos y espíritus falsos, de Paulhan) de si
no habrá espíritus demasiado lógicos (en el mal sentido).
Conviene que nos acostumbremos a observar y a entender lo
que hay de verdad en esta cuestión del valor del raciocinio, cuya so-
lución dista mucho de ser tan absoluta y tan simplista como las que
presentan las dos tendencias opuestas y extremas. Podríase, desde
luego, anticipar que el raciocinio es muy legítimo y sumamente útil
en la práctica, siempre que concurran ciertas condiciones; primera
de ellas, que los que razonan o discuten se encuentren más o menos
en el mismo plano; segunda, que su espíritu no esté unilateralizado,
ni prevenido intelectual o afectivamente por sistemas (en este caso,
puede decirse que el raciocinio es inútil, que no sirve sino tal vez para
falsear más el espíritu unilateralizado); y, tercero, especialísimamente,
que se razone y se discuta para averiguar la verdad; no como discuten

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