Apéndice: sobre el 'aspecto interno' de las normas

AutorNeil MacCormick
Páginas335-353
Apéndice
Sobre el ‘aspecto interno’ de las normas
Los lectores de Los viajes de Gulliver de Swift recordarán que, en
algún momento después de que Gulliver fuera arrojado a la costa
de Liliput después de su naufragio, y de que fuera capturado por sus
diminutos habitantes, personas tan pequeñas como su pulgar, el rey
de Liliput determinó que tenían que registrarlo. Con ese fin envió a
dos comisionados, Clefren Frelock y Marsi Frelock, para que hicieran
un inventario de todos sus objetos personales. En un documento muy
interesante, hay un pasaje que tal vez destaque más que otros:
Del bolsillo derecho colgaba una gran cadena de plata con una especie
de maravillosa máquina en el extremo. Le ordenamos sacar lo que
hubiera al final de la cadena, que parecía ser una esfera, mitad de plata
y mitad de algún metal transparente, pues en el lado transparente
vimos ciertas cifras extrañas dibujadas y pensamos que podíamos
tocarlas, hasta que descubrimos que nuestros dedos se detenían en
esa sustancia diáfana. Acercó a nuestros oídos esa máquina, que hacía
un ruido incesante como el de un molino de agua. Conjeturamos que
puede ser algún animal desconocido o el dios al que él adora, aunque
nos inclinamos más hacia la segunda opción, porque nos aseguró (si
lo entendimos bien, pues se expresaba de manera muy imperfecta)
que rara vez hacía algo sin consultarlo. Lo llamaba su oráculo, y dijo
que indicaba el tiempo para cada acción de su vida.
NEIL MACCORMICK
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Un viejo acertijo dice: ‘¿qué es lo que Dios nunca ve, el rey rara
vez ve y la gente corriente ve todos los días?’ La versión autorizada de
la respuesta es ‘un igual’, pero la respuesta ingeniosa es ‘una broma’.
El vicio académico no es tanto el de no ver una broma, sino el de
sentir el impulso de decir qué implica ver una broma; en cualquier
caso, para mis actuales propósitos, debo preguntar qué implica ver
la broma del pasaje citado de Los viajes de Gulliver.
La broma se basa en que, en relación con la ‘especie de mara-
villosa máquina’ descrita, los comisionados liliputienses han dado
una descripción externa del objeto tan precisa en términos de su
apariencia visual y sus manifestaciones auditivas que nosotros po-
demos saber qué es, y sin embargo ellos lo han hecho sin saber
qué es. Hasta cierto punto, pero solo hasta cierto punto, ‘pues
se expresaba de manera muy imperfecta’, saben cómo usaba el
Hombre Montañ a esa especie de maravillosa máquina —de hecho,
Swift usa la limitada comprensión que ellos tienen para dirigir la
broma hacia el hombre occidental al poner en sus labios la conjetura
de que es el ‘dios al que él adora’, pero por el momento omitiré esa
parte de la broma—.
La apariencia no constituye toda la realidad humana. Ni la
descripción más meticulosa de cada engranaje y manecilla y de sus
interconexiones, ni siquiera si añadimos la descripción más meticulosa
de todas las acciones y afirmaciones del poseedor de la ‘maravillosa
máquina’ relacionadas con ella, equivaldría a una comprensión por
parte de quien describe del hecho crucial que nosotros, a quienes está
dirigida la descripción, conocemos, y que conocemos incluso sobre
la base de una descripción externa relativamente imprecisa: que la
máquina en cuestión es un reloj, que Gulliver ‘consulta’ para saber
qué hora del día es.
Nosotros sabemos lo que los comisionados no saben, así que para
nosotros el pasaje es una broma; lo sabemos porque reconocemos
un reloj cuando vemos uno (o nos lo describen), y sabemos cómo
usarlo, y sabemos para qué usarlo. Por usar unos términos de H. L.
A. Hart que me resultan muy iluminadores, miramos esas máquinas
maravillosas ‘desde el punto de vista interno’, desde el punto de
vista de quienes comprenden y trabajan con ese complejo conjunto
de convenciones normativas en cuyos términos podemos usar esos
artefactos para medir el paso del tiempo y de este modo sincronizar

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