La reforma del Estado en el Perú

AutorDomingo García Belaunde
Páginas213-254
LA REFORMA DEL ESTADO EN EL PERÚ 213
1. ALCANCE DEL TÉRMINO
Los vientos liberales que con diverso signo atraviesan
nuestro continente desde hace más de tres lustros, han justifi-
cado la adopción de diversas medidas, que han replanteado
el rol del Estado en el mundo económico-social. Se trata de
un nuevo enfoque sobre lo que el Estado debe hacer o no ha-
cer. En cierto sentido, hemos vuelto a la polémica de fines
XIV
LA REFORMA DEL ESTADO EN EL PERÚ*
* Ponencia presentada en el «Seminario Internacional sobre la Re-
forma del Estado», organizado por la Dirección General de Asuntos
Jurídicos de la Presidencia de la República y el Instituto de Investi-
gaciones Jurídicas de la UNAM (México, 29 de enero al 2 de febrero
de 1996). Publicado en: La reforma del Estado. Estudios comparados,
UNAM, Dirección General de Asuntos Jurídicos de la Presidencia
de la República, México 1996; y en AA.VV., La Constitución de 1993,
III, Comisión Andina de Juristas, Lima 1996.
DOMINGO GARCÍA BELAUNDE214
del siglo XIX –si bien es cierto que con diverso acento y ma-
tiz– sobre el papel del Estado. Si debía limitarse a ser un guar-
dián nocturno, como quería Kant, o si, por el contrario, debe-
rá ser el promotor del orden, el rector o el actor preponderan-
te. La disputa, como se sabe, quedó zanjada a fines de la Pri-
mera Guerra Mundial, con la tímida aparición del llamado
constitucionalismo social (palpable en nuestra América en la
Constitución mexicana de 1917, y en Europa en la Carta de
Weimar de 1919), que luego plasmó en lo que se llamó Esta-
do asistencial, Estado benefactor o Estado de Bienestar.
A fines de la década del setenta, al influjo de diversos
pensadores (políticos y economistas), se inició una vuelta al
liberalismo de antaño, con nuevos bríos, que se materializa,
para efectos prácticos, en 1979 con la llegada de los conserva-
dores ingleses al poder, en giro gigantesco que impulsó la
figura descollante de Margaret Thatcher. Desde entonces, se
inició un lento avance liberal que por pura casualidad coinci-
dió con la crisis de la URSS, de carácter interno, que ocasionó
la caída del muro de Berlín en 1989, y el posterior derrumbe
de la otrora poderosa URSS, en 1991. Igual suerte corrieron,
más o menos por la misma época, las llamadas democracias
populares del Este europeo, que con variantes han seguido la
misma senda, sin dejar de advertir que, como en todo, no han
faltado voces que reclamaban los beneficios del pasado (como
se ha visto en la ex-República Democrática Alemana, luego
de su reunificación con la Alemania Federal).
Lo sucedido desde un punto de vista político (y no como
análisis económico, aun cuando al final en este campo incidi-
rá el cambio), es que el Estado ha modificado su ámbito de
acción. Es decir, el Estado ha limitado enormemente su capa-
cidad de actuar, y se ha propuesto hacerlo cada vez menos,
alimentado, como indicaba, de una filosofía liberal que colo-
ca en lugar secundario el componente social nacido en nues-
tro siglo. Esto significa que el Estado sigue siendo el mismo,
pero con un rol sumamente disminuido. Al Estado máximo
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ha sucedido un Estado mínimo. Por cierto, en este mínimo
hay variantes, pues la abstención total no existe. El mercado
como regulador único de la economía y como variable autó-
noma y no dependiente, es algo que sólo existe en los labora-
torios. En la práctica, el mercado es relativamente libre y de-
pende de una serie de factores que escapan a su control. Por
tanto, el no-Estado es algo impensable. Lo que ha sucedido
es que el Estado ha reducido el rol protagónico que, con di-
versas modalidades, desempeñó durante décadas en las de-
mocracias occidentales (cf. AA.VV., Crisis y futuro de la empre-
sa pública, coordinador Marcos Kaplan, México 1994).
Sin embargo, este achicamiento del Estado, no siempre
obedece a un convencimiento teórico o doctrinario de alto
nivel de sofisticación. Lo que ha impulsado este giro de cien-
to ochenta grados es la globalización de la economía y, en
consecuencia, la globalización de la crisis. En otras palabras,
el exceso de subsidios, compromisos y prebendas, han termi-
nado por crear una gruesa brecha fiscal que ha arruinado al
Estado y lo hace arrastrar grandes pérdidas, como se ve in-
cluso en los llamados países del primer mundo, agravado por
el hecho de que esta situación no tenía solución y menos pa-
liativo alguno. Así de puro pragmatismo se llegó a lo opues-
to, es decir, a la negación de lo anterior, como única forma de
salir del atolladero. El Estado actuó como un asalariado cual-
quiera: ajustarse a un sueldo y no excederse en sus gastos.
También es cierto que esta vuelta a la abstención, está
motivada por haber sido exagerado el rol del Estado. No sólo
se gastó mucho, sino sobre todo se gastó más de lo que había
y en cosas que no eran necesarias. El modelo funcionó du-
rante algún tiempo, pero lamentablemente se infló demasia-
do y en consecuencia explotó. Al final, no había más remedio
que poner coto a los excesos y ordenar la economía.
Todo esto es lo que ha dado en llamarse «reforma del Es-
tado», y así lo recoge el título de este Seminario. Y en términos
generales, es un rótulo que permite identificar la materia en

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