La prensa bajo juicio

AutorRonald Dworkin
Páginas205-235
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La prensa bajo juicio
El intenso libro de Renata Adler sobre dos juicios recientes sobre difamación
Westermoreland vs. CBS y Sharon vs. Time— ha revivido los debates que
ellos generaron en su momento y ha adquirido celebridad por su propio peso.
Los juicios atrajeron entonces una gran atención pública y fueron ampliamente
cubiertos tanto por la prensa norteamericana como por la prensa extranjera. Ambos
casos involucraron a comandantes generales, guerras impopulares e instituciones
periodísticas poderosas. El 23 de enero de 1982, la CBS emitió un documental
llamado “e Uncounted Enemy” sobre la guerra en Vietnam. Adujo informar
“un esfuerzo consciente —de hecho, una conspiración en los niveles más altos de
la inteligencia militar norteamericana— para suprimir y alterar inteligencia crítica
dirigida al enemigo en el año que condujo a la ofensiva Tet”, y mostró al General
William C. Westmoreland, que comandó a las fuerzas norteamericanas en Vietnam,
en el centro de esa “conspiración”. En febrero de 1983, el Time publicó una nota
de portada sobre la masacre de refugiados palestinos perpetrada por tropas de la
Falange Libanesa en las regiones de Sabra y Chatila, luego de que fuera asesinado
el líder falangista Bashir Gemayel. Sostuvo que el ministro de defensa, el General
Ariel Sharon, había “discutido presuntamente con los partidarios de Gemayel sobre
la necesidad de que los Falangistas tomaran revancha por el asesinato de Bashir”.
Tanto Westmoreland como Sharon presentaron cuantiosas demandas. El juicio
de Westmoreland fue nanciado por la conservadora Capital Legal Foundation,
que se acercó a él luego de que distintas rmas desistieron de tomar su caso. El
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abogado principal de Sharon, Milton Gould, se ofreció a prestar los servicios de
su rma. (Westmoreland sostuvo que él destinaría a caridad cualquier compen-
sación que llegara a obtener). Tanto la CBS como el Time fueron representados
por Cravath, Swaine y Moore, una de las rmas de abogados más prestigiosas de
New York. David Boies condujo el equipo de la CBS y omas Barr el equipo
del Time. Los juicios fueron realizados al mismo tiempo (el de Sharon comenzó
después y terminó antes) en distintos pisos de la United States Courthouse situada
en la Foley Square de Manhattan ante dos jueces excepcionalmente capaces: Pierre
Leval por el lado de Wesmoreland y Abraham Sofaer, hoy asesor jurídico del De-
partamento de Estado, por el lado de Sharon. Estos jueces se ganaron la admiración
virtualmente incalicable de ambos lados y de todos los comentaristas de casos
que he leído. Los demandantes debieron enfrentar una limitación jurídica severa.
La Corte Suprema había sostenido en New York Times vs. Sullivan, el famoso caso
de 1964, que un funcionario público no puede obtener compensación por daños
y perjuicios a menos que pruebe no sólo que la acusación publicada en su contra
era falsa sino también que fue publicada con “verdadera mala intención”, lo que
para la Corte signica que su autor conocía su falsedad, o que la publicó con “ne-
gligencia imprudente” acerca de su verdad. El jurado de Sharon decidió, una vez
nalizado el juicio, que la declaración del Time sobre él era falsa, pero que, dado
que el Time no lo supo, Sharon no tenía derecho a cobrar una indemnización.
Wesmoreland llegó a un arreglo antes de que el juicio llegara a su n a cambio
de no recibir indemnización alguna —ni siquiera una contribución para afrontar
las costas— y de una declaración por parte de la CBS en la que expresara que no
había querido llamarlo antipatriota o desleal.
Renata Adler es una periodista, ensayista y novelista muy conocida. También
se graduó de la Facultad de Derecho de Yale, lo que le otorga credenciales formi-
dables para examinar estos juicios y sus implicancias. Primero ella publicó la mayor
parte de su libro, Reckless Disregard, en dos artículos del New Yorker de 1986 que
fueron muy críticos con la CBS, con el Time y con Cravath. Allí sostuvo que ellos
no deberían haber defendido los juicios tan “agresivamente”, y que se preocuparon
en demasía por protegerse a sí mismos y demasiado poco por la verdad o falsedad
de lo que habían dicho. Y pareció sugerir, aunque nunca de manera realmente
explícita, que los casos pusieron entonces en entredicho la interpretación que la
Corte Suprema había hecho de la garantía de la libertad de prensa contenida en la
Primera Enmienda, incluyendo el fallo sobre la “verdadera mala intención” de New
York Times vs. Sullivan, que en su opinión le garantiza a la prensa una inmunidad
casi soberana frente a las consecuencias de sus errores.
Tanto la CBS como el Time prepararon refutaciones (la de la CBS, que Cravath
ayudó a confeccionar, alcanzó las cincuenta páginas) y se las enviaron a William
Shawn, el editor de e New Yorker, solicitando correcciones o una oportunidad

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