Las palabras de MacKinnon

AutorRonald Dworkin
Páginas275-292
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Las palabras de MacKinnon
La gente alguna vez defendió la libertad de expresión para proteger los de-
rechos de los agitadores que atacaban al gobierno, de los disidentes que se
oponían a una iglesia establecida, o de los radicales que hacían campañas a favor
de causas políticas impopulares. La libertad de expresión era algo por lo que
claramente valía la pena luchar, como aún lo es hoy en muchas partes del mundo
en las que estos derechos apenas existen. Pero en los Estados Unidos de hoy, los
defensores de la libertad de expresión se encuentran a sí mismos defendiendo
principalmente a racistas que gritan “negros”, a nazis que portan esvásticas o
—más habitualmente— a hombres que miran fotos de mujeres desnudas con
sus piernas abiertas.
Los conservadores han luchado para prohibir la pornografía en los Estados
Unidos durante mucho tiempo: por décadas, la Corte Suprema intentó, aunque sin
demasiado éxito, denir una categoría de “obscenidad” limitada cuya prohibición
fuera permitida por la Constitución. Pero la campaña para proscribir toda forma
de pornografía ha adoptado en años recientes una forma nueva y más intensa
de la mano del movimiento feminista. Podría parecer extraño que las feministas
hayan puesto tanta energía en esa campaña: otros asuntos, incluyendo el aborto
y la lucha por la igualdad de las mujeres en el mundo laboral y político, parecen
mucho más importantes. Sin dudas, la cultura de masas representa en muchos
sentidos un obstáculo para la igualdad sexual, pero las formas más populares de esa
cultura —la visión de las mujeres que se plasma en las telenovelas y los comerciales,
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por ejemplo— representan obstáculos mucho más grandes para esa igualdad que
las sucias películas que son vistas por una pequeña minoría.
De todos modos, la concentración en la pornografía por parte de las feministas
tiene una explicación sencilla. Las fotografías, películas y videos pornográcos
constituyen la expresión más cruda de la idea que las feministas más desprecian:
que las mujeres existen principalmente para proporcionar servicios sexuales a los
hombres. Los anuncios comerciales, las telenovelas y la cción popular pueden
realmente hacer más para extender esa idea en nuestra cultura, pero la pornogra-
fía es el símbolo más puro y explícito de ella. Como las esvásticas y las cruces en
llamas, la pornografía resulta profundamente ofensiva en sí misma, cause o no
cause cualquier otro daño o injusticia. También resulta particularmente vulnerable
desde el punto de vista político: el derecho religioso apoya a las feministas en este
asunto, de manera que las feministas tienen mayor probabilidad de salir victorio-
sas en campañas políticas a favor de la censura de la que tienen en cualquier otra
campaña que encaren.
Y la pornografía también parece vulnerable por una cuestión de principios.
La explicación convencional de por qué la libertad de expresión es importante
estriba en la teoría de Mill de que es más probable que la verdad emerja de
un “mercado” en el que las ideas se intercambian y debaten con libertad. Pero
mucho material pornográco dista de contribuir en cualquier sentido al debate
político o intelectual: resulta absurdo pensar que las posibilidades de alcanzar
la verdad, en lo que sea, dependa de la disponibilidad de videos pornográcos.
Por eso, los liberales que deenden un derecho a la pornografía se encuentran
a sí mismos a la defensiva por partida triple: su visión es políticamente débil,
profundamente ofensiva hacia las mujeres e intelectualmente dudosa. ¿Por
qué, entonces, debemos defender la pornografía? ¿Por qué debe importarnos
que ya nadie pueda mirar películas de gente copulando frente a una cámara de
mujeres que reciben azotes y los disfrutan? ¿Qué perderíamos, además de una
industria repelente?
Only Words, el libro de Catharine MacKinnon compuesto de tres breves
ensayos, ofrece una respuesta aguda a la última de estas preguntas: la sociedad
no perdería nada si toda expresión pornográca estuviese prohibida, sostiene,
mientras que las mujeres lograrían liberarse de sus cadenas. MacKinnon es la más
prominente de las feministas que luchan contra la pornografía. Ella cree que los
hombres quieren subordinar a las mujeres, convertirlas en dispositivos sexuales,
y que la pornografía es el arma que ellos usan para obtener ese resultado. En una
serie de artículos y discursos altamente cargados, ella ha intentado convencer a las
mujeres de su visión. En 1986 escribió:
La pornografía construye lo que es una mujer y lo que los hombres quieren del
sexo. Esto es lo que signica la pornografía… Institucionaliza la sexualidad de la

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