El violinista de las montañas (Cuento)

AutorKarina Pacheco Medrano
Páginas211-214
211
En las cumbres más altas que rodean el pueblo de Lawa-Lawa habitaba un violinista al que todos conocían pero a
quien nadie había visto jamás. Dicen que muchas alpacas y ovejas desaparecieron mientras bailaban seducidas al
son de sus notas encantadoras y que las mismas nubes dejaban de llover mientras vibraban las cuerdas de aquel
violín. Los abuelos cuentan que su repertorio crecía con cada luna llena y que, en noches claras como esas, los pas-
tores se cubrían las orejas para no dejarse arrastrar hasta los abismos donde mejor se escuchaba ese concierto. De
los hombres y animales desaparecidos, de los que volvieron confusos y enloquecidos de las montañas, se echó la
culpa al violinista; aunque su música siguiera alentando ternura en los pechos de los oyentes, cuyos corazones se
agitaban como tambores.
¿Procede la música del cielo, o es la única propiedad divina que los ángeles caídos lograron retener en el mundo
subterráneo? Porque aunque del cielo parece llegar el conmovedor sonido del violín, son los pies los que danzan
besando en cada paso la tierra. Ni en sequía ni en estación de tormenta aquellas melodías dejaban de sonar. En
diferentes épocas la gente entendió que habían sido compuestas para entregarse a la vida: los enamorados al amor
valiente, los ancianos a la alegría en sus últimos días, y los niños que con sus trompos retozaban por el campo
creían que servían para prolongar el tiempo de sus juegos.
Corrió tanto esa historia de boca en boca, incluso en programas radiales sobre entes sobrenaturales, que, en dos
ocasiones, llegaron espiritistas portando bálsamos y grabadoras para tratar de exorcizar, o al menos capturar
El violinista de las montañas* (Cuento)
Karina Pacheco Medrano**
A Andrew Mold
* Publicado en el libro de cuentos “Alma alga”, Borrador Editores, Lima, 2010.
** Antropóloga y Catedrática de la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco.
“‘Es la tentación del maligno, se quiere apoderar de nuestro ser’,
señalaron. Pocos se animaron a tararear canciones al amor, a la
vida o al vuelo de las aves, y esta vez no hubo quien acudiera a
bailar a la plaza.”

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