La idealización de la violencia

Por Gonzalo Portocarrero. Sociólogo

Los seres humanos nacemos prematuros y requerimos, por tanto, de cuidados largos, amorosos y pacientes para afirmarnos en la vida. Nuestros impulsos son débiles y por ello mismo son moldeables por la sociedad y la época en que vivimos. En vez de instintos que determinen nuestro comportamiento, tenemos costumbres o hábitos que son inculcados por los otros. Y detrás de las costumbres están los valores, que son las concepciones de lo deseable, de aquello que nos parece bien. En una sociedad democrática, estos valores tienen que ser asumidos por todos. Esto significa, por ejemplo, que la arrogancia no debería tener lugar puesto que ella es el gatillo del desprecio. Como el resentimiento lo es del deseo de venganza y la violencia.

Los valores son pues los ideales que encauzan la impulsividad humana hacia formas pacíficas de convivencia. De esta manera, la atracción sexual se sublima en el amor, la envidia y agresión se transforman en la competencia caballeresca, y los impulsos autodestructivos se encaminan como autoexigencia que impulsa el esfuerzo y la creación. Los ideales son bellos y seductores pues prometen un mundo justo y armonioso. No obstante, estos mismos ideales tienen un lado oscuro pues ellos demandan la represión de nuestra impulsividad. Entonces, somos llamados a controlar nuestra agresividad y deseo sexual en nombre del bien de todos.

Y esta es la gran tarea de la civilización. ¿Cómo convencer a la gente de que vale la pena postergar o recanalizar su impulsividad? La religión aportó una respuesta contundente: hay un Dios que nos observa y evalúa, de manera que si nos apartamos de las leyes, entonces sufriremos un eterno castigo. Y vale también lo inverso, pues la gloria es el premio a una vida honrada.

Pero con el debilitamiento de la presencia de Dios en el imaginario de la gente, las razones para refrenarse dejan de ser atemorizantes y perentorias. Surge entonces la propuesta de una moral laica que se fundamente en el convencimiento racional de que los ideales y las leyes representan el único marco posible para una vida en común.

Pero este convencimiento, como lo señaló tan claramente Freud, no anula el malestar que el constante autocontrol produce en los individuos. Esta era, para el fundador del psicoanálisis, la razón...

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