Una royal, por favor

Por Claudia Paan

Hay una frase que desde niña me repetía mi papá: ?El trabajo dignifica al hombre? Y creo que esas cinco palabras pueden definir bien esa época.

Eran inicios de los noventa, el país todavía se encontraba sumergido en los altos índices de inflación del primer gobierno de Alan García. Los altos precios, la falta de empleo y las grandes deudas hacían imposible a cualquier padre de familia poder sostener los gastos del hogar. Este era el caso de los papás de Laura, una de mis amigas de mi antiguo barrio del Rímac.

Con dos hijos en edad escolar, una en la universidad y un empleo que no le rendía mucho, el señor Laos no sabía cómo cubrir los costos de su familia.

Un día, cuando iba por el Parque de la Bandera, en Pueblo Libre, vio una larga fila de pequeños puestos que vendían sánguches a los alumnos que salían del colegio 10 de Octubre. Ahí le nació la idea.

Luego de conversar con su esposa ?que tiene una sazón de los dioses? decidieron hacer un esfuerzo y comprar un carrito sanguchero en el centro. La inversión: S/.400 de la época.

Pero antes de aventurarse, decidieron hacer su ?investigación de mercado?, es decir, visitar a otros vendedores, ver qué productos ofrecían, degustarlos y ver en qué podían mejorar. Luego de hacer este trabajo, buscaron un lugar donde vender. Eligieron la tienda de un primo suyo en Lince.

Unas semanas después, se dieron cuenta de que no era muy rentable la tarea titánica de cruzar Lima con el carrito sobre el auto, así que optaron por vender en la puerta de su casa. ?¿Tendremos éxito??, era la pregunta que se hacían los señores Laos.

Los primeros días parecía que la apuesta había sido mala. Cuando ya estaban a punto de tirar la toalla, comenzaron a llegar más clientes, al extremo de que ya no se daban abasto. Toda la familia ?inclusive yo? participaba en el negocio.

Y es que no toda la actividad se limitaba a la atención en las noches, todo comenzaba desde temprano, con la compra de los productos. En la tarde preparaban las salsas, cortaban la col, pelaban y picaban las papas y deshilachaban el pollo.

LA COMPETENCIATodo era meticulosamente cuidado por la señora Laos. Y es que vender una rica royal (hamburguesa con huevo y queso) con productos frescos no solo aseguraría el retorno del cliente, sino también la llegada de uno nuevo.

Quizá los señores Laos no lo sabían, pero estaban aplicando aquello que los publicistas...

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