¿Por qué la ciencia política no previó las revueltas en el mundo árabe?

AutorFarid Kahhat
Páginas61-73

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1. La ciencia política y los árabes

En un ensayo publicado en abril de 2010, el novelista egipcio Ala Al Aswany decía lo siguiente sobre su país: «La situación puede explotar con fuerza en cualquier momento»1. Al igual que los politicólogos, Al Aswany no estaba en condiciones de predecir ni el cuándo ni el cómo de ese eventual estallido. Pero a diferencia de los politicólogos (que suelen centrar su atención en los actores políticos formales y los incentivos que provee el entramado institucional bajo el cual tiene lugar su interacción), Al Aswany creía haber identificado un magma social en ebullición2, con consecuencias políticas previsibles: tarde o temprano, aquel habría de producir una erupción volcánica que podría poner fin a un orden autoritario que hasta la víspera parecía esculpido en piedra.

El carácter fortuito de los hechos que operaron como detonante en cada uno de los estallidos ulteriores (V., la inmolación a lo bonzo de un vendedor de frutas en Túnez, el trato vejatorio de las autoridades contra unos escolares por pintar grafitis en Siria, una marcha de los familiares de presos fallecidos durante un motín carcelario en Libia, etcétera), sugieren que Al Aswany tenía razón. Sugiere lo mismo el que se replicara en otros países la experiencia que operó como detonante en Túnez (V., individuos que se prendían fuego en lugares públicos), sin producir resultados similares. Parafraseando la metáfora leninista, en ausencia de un trasfondo social que fungiera de combustible, una chispa no bastaba para incendiar la pradera.

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Aunque de modo implícito antes que explícito, y desde el ensayo antes que desde la investigación académica, Al Aswany sugiere una perspectiva de lo político cercana a la que postulaba Samuel Huntington en su crítica a la teoría de la modernización. Así, mientras esa teoría preveía sinergias entre las distintas facetas del proceso de modernización, Huntington observó que niveles ascendentes de desarrollo económico y social tendían a producir golpes de Estado y revoluciones (entre otras formas de inestabilidad política), antes que una transición pausada hacia la democracia representativa. Y su explicación de esa paradoja era la distancia que existe entre las expectativas de una población que alcanza cierto grado de movilización, educación y medios económicos, y un sistema político que no ofrece canales institucionalizados de participación. Si añadimos el denominado crony capitalism, esa podría ser una buena descripción de lo que aconteció en Túnez y, en menor medida, en Egipto, países cuyos índices de desarrollo humano se elevaron en un 30 y un 28%, respectivamente, entre 1990 y 20103. Precisamente por eso Francis Fukuyama reivindica la perspectiva de Huntington por oposición a la evolución posterior de la ciencia política. Según él, «Huntington fue uno de los últimos estudiosos de las ciencias sociales que intentó entender los vínculos entre los cambios políticos, económicos y sociales de forma global»4.

Ahora bien, podrían esgrimirse varios argumentos para explicar por qué los politicólogos no pudieron prever los cambios en curso en el mundo árabe. Un primer argumento es que quienes creen que las ciencias sociales deberían ser capaces de predecir y controlar la evolución de su objeto de estudio no entienden las diferencias entre ciencias sociales y ciencias naturales. El positivismo lógico partía de una premisa según la cual el objeto de estudio de ambos tipos de ciencia era en esencia similar al de las ciencias naturales. Las perspectivas no positivistas sostienen que existen diferencias cualitativas entre los objetos de estudio de ambos tipos de ciencia, la más importante de las cuales es el problema de la reflexividad. Es decir, a diferencia de los insectos que estudian los entomólogos, los seres humanos son capaces de comprender las teorías que pretenden explicar su conducta, y de modificar su conducta en respuesta a su comprensión de esas teorías. Un ejemplo de ello es un estudio que muestra cómo las teorías en las que se socializan los estudiantes de economía pueden influir sobre sus conductas, allí donde su único propósito era describirlas:

Frank, Gilovich y Regan (1993) hallaron que los estudiantes de economía eran menos proclives que otros estudiantes a cooperar en el dilema del prisionero. Así mismo, eran más propensos a abstenerse de asumir compromisos para cooperar y eran los más pesimistas acerca de las perspectivas de que otros cooperen. Como resultado, el grupo

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de economistas obtuvo un nivel significativamente menor de beneficios que el resto. Frank también mostró que esto no es la consecuencia de un proceso de auto-selección (según el cual los menos propensos a cooperar se sentirían más inclinados a estudiar economía), sino más bien de la propia experiencia de estudiar economía. [...] En resumen, el experimento es un testimonio del poder potencial de cualquier teoría para moldear el mundo en que vivimos, a través de su influencia en la manera en que la gente se piensa a sí misma5.

Un segundo argumento sería que quienes creen que las ciencias sociales deberían ser capaces de predecir y controlar la evolución de su objeto de estudio tienen además una comprensión equivocada de las ciencias naturales: la astronomía por ejemplo tiene una gran capacidad predictiva, pero no tiene mayor capacidad para influir sobre los cuerpos celestes que constituyen su objeto de estudio. Y la teoría de Darwin explica la evolución de las especies, pero no hace mayores predicciones sobre su derrotero futuro. No en vano quienes creen lo contrario están en buena compañía cuando yerran: la mayoría de los politicólogos no pudo prever los cambios en el mundo árabe, de la misma manera en que la mayoría de los académicos en economía (la ciencia social que más ha avanzado en el propósito de emular a las ciencias naturales), no pudo prever la «gran recesión» de 2008.

A su vez, quienes dentro de la ciencia política creen que las ciencias sociales deberían aspirar a tener una capacidad predictiva, podrían alegar que las explicaciones de las revueltas basadas en variables estructurales casi siempre lo hacen de manera post hoc. Suelen por ello padecer de un «sesgo retrospectivo» (hindsight bias), lo cual implica que pueden construir explicaciones que parecen calzar los hechos ya conocidos, pero que no tienen mayor capacidad predictiva. Y aunque la predicción de Al Aswany fuera acertada, en ausencia de una explicación rigurosa sobre la razón por la que una determinada secuencia de eventos es considerada necesaria, podría tratarse de una coincidencia tan afortunada como espuria.

Pero el mayor problema no es que los politicólogos no pudieran prever las revueltas en el mundo árabe, o sus consecuencias (V., el derrocamiento de varios regímenes). Es más bien que sus investigaciones indujeron a pensar que la probabilidad de que esas revueltas (y sus consecuencias) tuvieran lugar era absolutamente marginal. De hecho, en ocasiones lo dijeron de manera explícita. Debemos por ejemplo a la hidalguía de F. Gregory Gause III recordarnos la recomendación que hiciera al gobierno de su país durante el otoño de 2005: «Yo argumenté que los Estados Unidos no debían alentar la democracia en el mundo árabe porque los aliados autoritarios de Washington

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representaban una apuesta estable a futuro»6. A su vez el Índice de Estados Fallidos de 2011 auspiciado por la revista Foreign Policy7, colocaba a Túnez y Libia respectivamente en los puestos 108 y 111, en un ranking de 177 países: es decir, dos países árabes en donde el viejo régimen fue derrocado ese mismo año8. Si bien es cierto que el Índice de Estados Fallidos no pretende ser un modelo predictivo, sí pretende de manera explícita ser un insumo para la toma de decisiones en Washington, en cuyo caso, basados en él, los tomadores de decisiones jamás habrían reparado en lo que ocurría en esos países.

Hounshell sostiene que los datos agregados (como aquellos que emplea el índice), tampoco permiten prever hechos como un «efecto demostración»9. Pero sí, como sugiere esa afirmación, la presencia de un efecto demostración contribuiría a explicar la propagación de las revueltas, entonces la posibilidad de que ese efecto se produzca debiera ser una variable a explorar cuando estudiamos la estabilidad política en el mundo árabe. Es cierto que se trata de una variable cuya presencia sería difícil de identificar o, una vez identificada, de operacionalizar. Pero de existir razones para suponer que tiene alguna capacidad explicativa, el que sea una variable difícil de cuantificar o modelar debería ser una consideración secundaria. Y Gause sugiere que existió un efecto demostración, el cual asocia con un nuevo tipo de panarabismo10.

Como él mismo indica, «Los activistas e intelectuales árabes siguieron con detenimiento en 2009 las protestas del Movimiento Verde en Irán, pero ningún árabe salió a las calles para emular a sus vecinos iraníes. Sin embargo en 2011, un mes después de que un vendedor de frutas en Túnez se prendiera fuego, el mundo árabe estaba envuelto en revueltas»11. De hecho, ese no es el único ejemplo posible de un efecto demostración que tiene como ámbito...

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