Prefacio a la primera edición

AutorAlfredo Bullard González
Cargo del AutorProfesor de Derecho Civil y Análisis Económico del Derecho en la Pontificia Universidad Católica del Perú y en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas
Páginas29-38

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En la era de Stalin un director de una orquesta en la antigua Unión Soviética se dirigía en un tren a dar un concierto. Mientras lo hacía se pudo a revisar una partitura de la música que iba a ejecutar la orquesta.

Dos agente de la KGB lo vieron leyendo e, ignorantes en música, creyendo que la partitura era algún tipo de código secreto, lo arrestaron por espionaje. El director señaló que solo se trataba del Concierto para Violín de Tchaikovsky. De nada sirvieron sus reclamos. Fue conducido a la dependencia correspondiente para ser interrogado.

Al segundo día de su interrogatorio uno de los oficiales entró con cara amenazante y le dijo: «Es mejor que desembuches y nos digas todo. Hemos atrapado a tu amigo Tchaikovsky y está confesando todo lo que sabe.»1.

La anécdota me hace recordar el encuentro del Derecho con otras ramas del conocimiento. Es que el Derecho se puede convertir en una dictadura intelectual en la que ideas, muchas veces incompletas o equivocadas, terminan imponiéndose sobre otras, no por sus méritos, sino por que son obligatorias.

Los oficiales de la KGB tenían algo que el Derecho da a los abogados: poder. De hecho ninguna rama del conocimiento tiene tanta capacidad para convertir ideas en poder. Muchas veces las decisiones legales se toman al Page 30 margen de otros conocimientos que ayudarían a decidir mejor, convirtiendo al Derecho en el ocupante de un compartimento estanco, alejado de la realidad y de la vida diaria. Si los oficiales de nuestra anécdota hubieran tenido conocimientos rudimentarios de música hubieran notado la estupidez de detener al director de orquesta. Es más; hubieran evitado el ridículo de hablar de un inexistente Tchaikovsky que, supuestamente, estaba confesando un acto de espionaje en la sala de al lado.

Una explicación similar puede encontrarse en el odio y reticencia que la gente le tiene a discutir con abogados. En el calor de la discusión, siempre el abogado sale con una frase hecha, con una palabra incomprensible o simplemente con un «latinazgo», que muchas veces refleja ignorancia antes que conocimiento. Entonces, el abogado suena arrogante. Pero además, en ese mismo calor de la discusión, el abogado suelta una opinión sobre algo que no conoce en la falsa creencia que el Derecho le da respuestas a todo y simplemente «mete la pata». Entonces el abogado suena a ignorante. Y, finalmente, el abogado comunica su decisión, aquella que refleja cómo cree que son las cosas, y la impone porque finalmente él está entrenado, por sobre el resto de los mortales, para usar algo que las demás ramas del conocimiento no tienen: el ius imperium; es decir, la facultad coactiva del Estado2. Entonces suena abusivo.

Así, como los oficiales stalinistas, el Derecho suena arrogante, ignorante y abusivo. Arrogante porque, como el poder dictatorial, se siente con capacidad para controlar todo, tiene complejo de omnipresencia y sus agentes desarrollan una suerte de sensación de imperialismo intelectual. Paul CAM-POS definía esta característica del sistema jurídico calificándolo como un «panóptico anárquico» en el que desde la perspectiva del Derecho, se puede observar y controlar toda conducta humana (como el vigilante en el panóptico puede observar y controlar a todos los prisioneros), sin advertir que sus reglas no hacen sino convertir el supuesto orden de esa prisión en un caos, cuyos resultados son imposibles de predecir3. El Derecho parece orden, pero muchas veces es sólo caos organizado.

Suena ignorante porque, en su absurda idea de comprender todo, olvida que hay cosas que escapan a la comprensión de las herramientas que él mismo ha desarrollado. Menosprecia y deja de lado otros conocimientos y otras herramientas conceptuales4. No visualiza que hay hipótesis distintas Page 31 para explicar muchas cosas. Así, cae en el mismo error de los agentes de la KGB que sólo encuentran como explicación a un conjunto de signos incompresible un código de espías, simplemente por no saber que las partituras musicales existen.

Y finalmente suena abusivo, porque tienen la posibilidad de tomar decisiones e imponerlas. No importa gritar que la partitura es música de Tchaikovsky. La imaginación humana puede convertir a Tchaikovsky en un espía y si esa imaginación está en manos de un agente de la KGB o de un abogado dogmático con ius imperium a su alcance, Tchaikovsky será un espía.

Así, los abogados defienden y discuten cosas tan inasibles y absurdas como la diferencia entre dación en pago y novación objetiva, la naturaleza jurídica de la letra de cambio o la causa en el acto jurídico. Y el resultado de esas discusiones muchas veces es norma obligatoria sujeta, increíblemente, a sanciones legales. Así, ninguna presunción es más falaz que aquella que dice que todos conocemos la Ley, no sólo porque no la conocemos en realidad, sino porque conocer la Ley es irrelevante: lo que hay que conocer es cuál de todas las posibles interpretaciones que los abogados pueden descubrir, diseñar o inventar es la que va a primar y, por tanto, se va a exigir que se cumpla.

El derecho no es una ciencia de la verdad, es una ciencia de argumentación. Pertenece más a la rama de la retórica que de la filosofía, y está muy lejos de ser una auténtica ciencia social. No existen verdades jurídicas. Sólo existen esfuerzos por imponer una «verdad» frente a otra. Y como en el Derecho nada es real se pueden crear tantas «verdades» como ideas se le ocurra a un abogado.

Como bien dice Paul CAMPOS, los abogados plantean posiciones y argumentaciones no porque creen que son...

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