Mi papa no patea latas, dice que esta de vacaciones.

AutorBonilla Rojas, Manuel
CargoUNIVERSIDADES

Siempre me ha perseguido un mito. Una leyenda vuelta certeza: la figura del desempleado, del que patea latas por la calle vacía, con las manos en los bolsillos vacíos y la barba crecida. Otras veces, con el cuello de la camisa flojo y el nudo de la corbata deshecho. ¿Es cierto aquello de que hay latas en las avenidas? ;Acaso no hay su ficientes tachos en la Lima (dizque) que se embellece? ¿O el patear latas es el gesto por antonomasia de la frustración en espera de la angustia? El limeño que sube la cuesta de los cuarenta, de carnes afectadas por la gravedad, de cabellos exiliados, ve de cerca esa tragicomedia. Y es personaje en todas las funciones del día, y en cualquier teatro. Este es el testimonio de uno de esos pocos afortunados, y no necesariamente porque trabaje. No tengo cuarentaitantos años. Mi papá sí. Aún trabaja (esperemos que siga unos años más).

LA PEA (UNA PENA SIN ENE)

Tener trabajo después de esa edad se ha convertido en casi casi un privilegio (aunque eso de casi casi es eufemismo mío). Mi papá hace ya más o menos cinco años que la pasó. Y lo hizo rengueando, como el último rush de un boxeador en una pelea. Y es que se ha vuelto una batalla encarnizada conseguir un empleo. Ahora, si el empleo es tesoro, la estabilidad es una piedra filosofal. Anuncia deseos por cumplirse, pero nunca nadie la ha visto. Los números son válidos y representativos para las matemáticas. En realidad, ese número oscilante de la población económicamente activa es palabra de Sherezade. Las cuentas y los cuentos ahogan al limeño con corbata y obligaciones y familia al cuello. Pero de nudo ajustado, y que no solo ocasiona sudores y estrés.

Cuando mi papá perdió el trabajo, diga mos que se rebeló en la empresa, salió con una sonrisa en los labios. Le había ganado el juicio (bastante largo y costoso) a la mismísima empresa; el acusado, explotador y canalla dueño, viéndose derrotado, se reunió con él, y pactaron. El trato: mi papá recibiría durante un año y medio el mismo sueldo que ganaba, plus una indemnización lo suficientemente jugosa como para que se aventurara a comprar un auto de segundo timón, al menos a pagar la inicial. Nadie podía quejarse: papá en casa no significaba molestia alguna ni un recorte en el ingreso y canasta familiar. Vacaciones bien pagadas (el argumento me recuerda al rejuvenecido padre en la película Belleza americana. En realidad, fue algo así). La dictadura del ocio gestionó y facilitó en mi papá retomar todo aquello que el...

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