La libertad que fracasó

AutorAlvaro Vargas Llosa
Páginas304-305
la
libertad
que
fracasó
(*J
Alvaro Vargas
llosa
Escntor y periodista.
Director
del
Centro
para la
Prosperidad Global en The
lndependent
lnstitute.
Los
acontecimientos
que
tuvieron
lugar
en
Haití,
entonces
una
próspera
colonia
francesa
conocida
como
St.
Domingue,
entre
1791,
cuando
comenzó
el
gran
alzamiento
de
los
esclavos,
y
diciembre
de
1803,
cuando
la
independencia
del
país
fue
proclamada,
probablemente
cambiaron
la
historia
de
los
Estados
Unidos.
La
derrota
de
Napoleón
en
Haití
implicó
que
ya
no
tenía
garantizado
el
control
de
Luisiana,
que
quería
utilizar
como
base
para
sus
designios
imperiales
en
América
del
Norte,
de
modo
que
acabó
vendiéndosela
a
los
estadounidenses.
Esa
venta
-la
Adquisición
de
la
Luisiana-
abrió
un
gran
debate
nacional
en
los
Estados
Unidos
acerca
de
los
estados
que
se
iban
a
crear
en
el
territorio
recientemente
adquirido
serían
esclavistas
o
libres.
La
exitosa
revolución
de
los
esclavos
de
Haití
encendió
la
imaginación
tanto
de
los
abolicionistas
como
de
los
propietarios
de
esclavos
en
los
EE.UU.,
contribuyendo
a
la
agitación que,
en
las
décadas
siguientes,
condujo
a la
Guerra
Civil.
Resulta
sorprendente,
dados
estos
nexos
umbilicales,
que
los
estadounidenses
hayan
prestado
mucha
menos
atención
a
Haití
que
a
otras
partes
del
hemisferio
occidental.
Madison
Smartt
Bell,
un
novelista
que
escribió
hace
algunos
años
una
trilogía
basada
en
la
lucha
por
la
independencia
de
Haití,
es
una
excepción.
Regresa
ahora
a
Haití
con
una
biografía
bien
investigada
y
elegantemente
escrita
del
héroe
de
esa
gesta:
Toussaint
Louverture.
Este
personaje
no
inició
la
rebelión
de
los
esclavos
ni
fue el
hombre
que
12
años
después
proclamó
la
independencia
del
país.
Pero,
a
diferencia
de
los
nombres
de
los
líderes
que
provocaron
el
levantamiento,
el
de
Louverture
no
desapareció
en
el olvido;
y,
a
diferencia
de
Jean
Jacques Dessalines, el
líder
que
acabó
declarando
la
independencia
de
Haití, fue
mucho
más
que
un
tirano
megalómano
y
sanguinario.
Era
un
personaje
complejo
y
contradictorio
en
el
que
es
posible
identificar
tantos
rasgos
edificantes
como
desagradables
y
en
cuyo
relato
biográfico
hay
suficientes
lagunas
como
para
requerir
la
intuición
del
novelista
antes
que
la
erudición
del
historiador.
Louverture
era
nieto
de
un
líder
tribal
de
la
Costa
de
Dahomey,
en
el
Africa,
e
hijo
de
un
esclavo
que
había
sido
vendido
al
Conde
de
Bréda
en
St.
Domingue.
La
plantación
de
Bréda
era
una
de
las
muchas
haciendas
que
producían
las
abundantes
exportaciones
azucareras
de
Haití,
convirtiendo
al
país
en
la
colonia
más
cotizada
del
hemisferio
occidental. La isla,
colonizada
por
España
en
el siglo 16,
había
pasado
gradualmente
bajo
control
de
Francia
en
el
siglo
17,
cuando
España
viraba
la
mirada
hacia
Perú
y
México,
que
poseían
vastas
reservas
de
oro.
Los
colonizadores
de
Haití
respondieron
a la
disminución
de
la
población
local
importando
esclavos
desde
el Africa.
Hacia
fines del siglo 18,
esos
esclavos
totalizaban
casi
medio
millón.
Eran
de
lejos el
segmento
más
grande
de
la población.
Pese
a
que
habían
existido
anteriores
episodios
de
rebelión,
la
Revolución
Francesa
y
su
reivindicación
de
los
<
del
hombre>>
dispararon
el
primer
intento
organizado
contra
el
sistema
prevaleciente.
Louverture
se
acercaba
entonces
a los 50
años
de
edad,
era
un
ciudadano
libre
e
incluso
un
propietario
(había
sido
emancipado
por
el
Conde
de
Bréda
en
1777), y la
isla
se
encontraba
en
estado
de
agitación.
La
rebelión
fue
sangrienta:
a
la
larga
se
cobraría
cientos
de
miles
de
vidas
y
desembocaría
en
una
sucesión
de
regímenes
brutales.
En
1791, los esclavos
en
el
norte
del
país
-inspirados
por
un
líder
religioso
llamado
Boukman-
se
alzaron
contra
sus
amos,
masacrando
a
miles
de
ellos. La
contienda
derivó
en
una
guerra
civil
que
continuaría
hasta
la
derrota
de
las
tropas
de
Napoleón
doce
años
después.
El
papel
de
Louverture
fue esencial. Era
un
líder
natural
y
un
estratega
militar
que
consiguió
aunar
bajo
su
mando
a
muchos
negros,
blancos
y
mulatos.
Al
principio,
el ex
esclavo
se
enfrentó
a
los
republicanos,
aliándose
con
los
realistas,
incluida
la
monarquía
española:
ésta
controlaba
la
mitad
oriental
de
la
isla (la
actual
República
Dominicana)
y
tenía
sus
ojos
puestos
sobre
St.
Domingue,
es
decir
la
parte
francesa.
Al
abolir
Francia
la
esclavitud,
Louverture
cambió
de
bando,
ayudando
a
aplastar
a
los
españoles.
Más
tarde
llegó a
un
trato
con
los británicos,
que
también
habían
invadido
Haití,
y
de
ese
modo
liberó a
su
país
de
la
intervención
extranjera.
Pero
los
intentos,
por
parte
de
Louverture,
de
imponer
una
constitución
que
le
garantizara
el
poder
vitalicio y
en
los
hechos
escindiese
a
Haití
de
Francia
llevaron
a
Napoleón
a
enviar
un
ejército
en
su
contra.
Los franceses
capturaron
a
Louverture
y lo
enviaron
a
una
prisión
cerca
de
La
publicación
del
presente
articulo
fue
autorizada
por
al
autor
y
por
The
Washington
Post
Writers
Group.
Traducción
de
Gabriel
Gasave
.
la
frontera
suiza,
pero
el
costo
que
pagaron
los
franceses
en
vidas
humanas
resultó
tan
abultado
que
Napoleón
acabaría
arrepintiéndose
de
haber
ordenado
la
invasión.
La isla
cayó
entonces
bajo
el
control
de
Dessalines,
que
destruyó
lo
que
quedaba
de
las
fuerzas
francesas.
Louverture
murió
en
prisión
pocos
meses
antes
de
la
declaración
de
la
independencia
de
Haití.
El
retrato
que
hace
el Bell
de
Louverture
resulta
tan
honesto
como
generosa
es
su
valoración
general
de
las
acciones
del
haitiano.
Louverture
era,
ciertamente,
un
cúmulo
de
contradicciones.
Era
un
ex
esclavo
que
había
poseído,
él
mismo,
esclavos
antes
del
alzamiento
negro.
Impuso
el
trabajo
forzado
entre
sus
compatriotas
en
1800,
cuando
logró
obtener
el
control
de
un
país
que
había
sido
un
teatro
de
la
guerra
entre
realistas
y
republicanos,
entre
blancos,
mulatos
y
negros,
y
entre
Francia,
España
e
Inglaterra.
Hizo
de
la
lucha
contra
la
tiranía
una
causa
vital
y
no
obstante
ello se
proclamó
a
mismo
gobernador
vitalicio
en
1801.
Expresó
su
disgusto
por
las
atrocidades
que
cometieron
sus
rivales,
en
especial
el
líder
mulato
Antaine
Rigaud,
y
sin
embargo
ordenó
una
masacre
de
españoles
en
1794,
cuando
puso
un
abrupto
fin a
su
alianza
con
la
monarquía
ibérica y
se
unió
a los franceses
republicanos.
También
toleró
el
exterminio
de
10.000
mulatos
a
manos
de
Dessalines,
entonces
uno
de
sus
lugartenientes,
en
1800.
Bell
no
oculta
ninguno
de
estos
episodios,
pero
su
inclinación
favorable
a
Louverture
lo
lleva
a
relativizar
su
conducta:
<
un
ciudadano
de
lo
que
nos
complacemos
en
llamar
el
Primer
Mundo,
las
supuestas
contradicciones
de
la
personalidad
de
Toussaint
pueden
ser
difíciles
de
resolver.
Dentro
de
la
cultura
haitiana,
no
existen
tales
contradicciones,
sino
simplemente
las
acciones
de
distintos
espíritus
que
un
ser
puede
poseer
bajo
distintas
circunstancias
y
en
respuesta
a
necesidades
bastamente
diferentes.
No
hay
duda
alguna
de
que
de
vez
en
cuando
Toussaint
Louverture
hacía
lugar
para
el
enfado
-los
espíritus
vengativos-
como
lo
hacía
también
para
el
más
benigno
lwa». La
ironía
de
esta
observación
es
que, a
pesar
de
que
Toussaint
esporádicamente
utilizó
el
vudú
por
razones
políticas
-el
Vudú
era
la
religión
de
la
mayoría
de
los
habitantes
de
Haití
y
sigue
siendo
ALVARO
VARGAS
LLOSA
practicada
hoy
día
por
la
mitad
de
la
población-,
él
que
se
autoproclamaba
católico, era
un
haitiano
muy
<>.
Al
emitir
un
juicio
sobre
Toussaint,
uno
debería
tomar
en
cuenta
su
legado:
los
actores
políticos y las
instituciones
que
ayudó
a
originar
y
que
lo
sobrevivieron.
Y
aquí
es
donde
Bell
es
quizá
demasiado
indulgente.
Tras
derrotar
a los
restos
del
ejército francés, el
sucesor
de Toussaint,
el
delirante
Dessalines,
no
paró
hasta
coronarse
emperador
y establecer
una
tiranía genocida,
para
ser
luego
sucedido
por
nuevos
dictadores.
En
efecto, al
gobierno
colonial
de
Francia
sucedió
el
despotismo
nacional. La
causa
de
Toussaint
había
sido
la
liberación
y
sin
embargo
-pese
a
su
relativa
moderación,
sus
esfuerzos
para
hacer
regresar
a
los
propietarios
blancos
de
las
plantaciones
y
sus
inteligentes
tratos
con
los
Estados
Unidos
y
Gran
Bretaña-
fue
incapaz
de
establecer
las
bases
de
una
sociedad
más
participativa
y
justa.
Lo
que
se
había
iniciado
como
algo
más
ambicioso
que
la
Revolución
Americana
-que,
tal
como
nos
lo
recuerda
Bell,
no
había
pretendido
revertir
todo
un
sistema
socioeconómico
como
lo
pretendían
los esclavos
de
Haití-
acabó
degenerando
en
un
estado
fallido.
Parte
de
esa
tragedia
deriva
del
hecho
de
que
los
dirigentes
más
ilustrados
de
Haití
-como
Toussaint
pero
con
menores
cualidades
atenuantes-
traicionaron
una
y
otra
vez
las
esperanzas
de
la
gente
común
hasta
el
día
de
hoy.
Uno
de
ellos
es
Jean-Francois
Aristide,
quien
en
épocas
recientes
probablemente
tuvo
la
mejor
oportunidad
de
fundar
una
nueva
república
pero
optó
por
comportarse
como
un
matón.
El
golpe
de
estado
que
lo
depuso
en
2004
ha
traído
apenas
una
leve
mejoría
a
los
haitianos.
La
isla
sigue
echando
en
falta la
estabilidad
social y política.
La
obra
que
mejor
captura
los
muchos
encantos
y
muchas
locuras
de
la
historia
de
Haití
es la
famosa
novela
de
Alejo
Carpentier,
<
reino
de
este
mundo>>
-publicada
en
1949-,
que
describe
la
atmósfera
surrealista
de
la revolución
con
prosa
poética.
Después
de
leer
la
lograda
biografía
de
Toussaint
Louverture
escrita
por
Bell,
uno
no
puede
hacer
nada
mejor
que
leer
a
Carpentier
para
comprender
por
qué
la
dictadura
ha
sido
un
hecho
recurrente
de
la
historia
moderna
de
Haití.~

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