Larga sombra del 5 de abril

Por Víctor Andrés Ponce. Periodista

Dos décadas después del autogolpe del 5 de abril, tirios y troyanos concuerdan en que la impronta del fujimorato sobre la sociedad aún persiste.

Se ha demostrado hasta la saciedad que nada justificaba derribar a la democracia, porque se podía acabar con el terrorismo y la hiperinflación en libertad; sin embargo, todavía nos sobrecogemos ante la persistencia del apoyo popular a ese autoritarismo.

Peor aun, nos quedamos estupefactos cuando, en recientes encuestas, un sector de peruanos señala que podría apoyar otra aventura antilibertaria dependiendo de las circunstancias.

¿Qué nos falta en el análisis? O, ¿un sector del país es genéticamente autoritario? Ángeles y demonios también coinciden en que el 5 de abril no se explicaría sin la voluntad de quebrar la democracia de Fujimori y de sus colaboradores.

El papel y la responsabilidad del autócrata es un hecho demostrado. Sin embargo, el fujimorato ha sido demonizado de tal manera que empezamos a reescribir la historia y solo queda un responsable: el lado autoritario. ¿Y el lado democrático? ¿Los partidos políticos? ¿Las élites que se negaban a reformarse?

Un autócrata se apodera de una democracia y de una sociedad cuando los demócratas hunden a la propia democracia. O, ¿no? Hugo Chávez no se entendería sin la estulticia de socialcristianos y socialdemócratas venezolanos. Correa y Morales no habrían tenido posibilidades si los políticos no hubiesen dinamitado el espacio público en Ecuador y Bolivia.

Y, bueno, Fujimori no habría emergido sin la locura de la izquierda y la frivolidad de la derecha tradicional. Las ciencias sociales y la historia nos enseñan que los aventureros prosperan cuando las instituciones hacen metástasis.

A fines de los ochenta se replegó...

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