La historia juzgará

Por Gonzalo Portocarrero. Sociólogo

En sus ?mitos quechuas poshispánicos? José María Arguedas transcribe diferentes versiones del mito de Inkarrí. En una de ellas se lee que las montañas o apus son los ?segundos dioses? y que ellos nos regalan el agua que es la fuente de la vida. La idea es que la montaña absorbe el agua para devolverla en riachuelos o puquios que alimentan los ríos y lagunas. Entonces, así como el cuerpo humano está recorrido por un sistema sanguíneo que permite alimentar a todas las células, de la misma manera en el interior de la tierra hay un acuífero de flujos subterráneos que lleva el agua de las montañas a los ríos y lagunas. Si todo está intercomunicado, la contaminación de un arroyo o laguna entraña el peligro de envenenar todo el acuífero. Desde este saber ancestral la minería resulta una actividad dañina para la agricultura, ganadería y para el mismo consumo humano. No en vano los manifestantes antimineros de Cajamarca repiten con una angustia genuina y legítima que no quieren ser sacrificados a lo que ellos perciben como una voracidad por el oro. El dilema es vivido en términos de oro o vida, agua o muerte. A esta creencia hay que agregar la desconfianza hacia la autoridad, el sentirse potenciales víctimas de quienes se aprovechan del poder para usarlo en su exclusivo beneficio. Finalmente, podría considerarse el recelo y envidia que engendra un progreso que produce tanta desigualdad.

En este caso, el saber ancestral se contradice con el saber llamado científico que niega la existencia del acuífero tal como es imaginado por la población. Las lagunas, dicen los informes y los peritos, no alimentan el sistema pues su fondo es impermeable, son depósitos de agua aislados, incomunicados. Y podrían ser sustituidos con ventaja por reservorios. En esta controversia parece no haber posibilidad de diálogo. La gente desconfía y se apega a sus creencias. Y la clase política local cosecha este apego abanderando la lucha contra la minería, entendida como defensa de la vida contra la voracidad de las empresas. Es difícil creer que Santos, Saavedra y Arana compartan el imaginario popular sobre un acuífero integrado. Como tampoco lo compartía el candidato Humala cuando, en búsqueda de los votos cajamarquinos, se plegó al sentimiento popular antiminero.

Pero el Perú necesita de la minería. Y también de las empresas. En los próximos veinte años el Perú enfrenta el reto de capitalizar la riqueza minera en educación, salud e...

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