Después de mí, el diluvio

Por Sociólogo y profesor de la Universidad de Lima

Pedro Chávarry está lejos de ser la primera autoridad pública en darle poca importancia a las consecuencias de su comportamiento sobre la estabilidad política y emocional de una nación. Como muestra, he titulado esta columna con la expresión atribuida a Luis XV y su aparente despreocupación por lo que ocurriría una vez finalizado su reinado y las nefastas consecuencias que pagaría el pueblo francés.La práctica y el sentimiento de que nos importa un comino lo que pueda suceder se ha convertido en una costumbre perniciosa y perversa. Alan García nos dejó un país paupérrimo colmado de podredumbre y luego solo se limitó a reconocer que cometió ?errores de juventud?. Errores que pagaron millones de peruanos y que produjo una generación perdida gracias a la desnutrición, el desempleo y subempleo, la pésima educación y peores servicios de salud. Alberto Fujimori nos dejó sin instituciones ni ética, con un forado de recursos que bien pudieron ser utilizados en políticas sociales y una población complaciente viviendo un pragmatismo inmoral campante. En el colmo del desprecio a nuestras instituciones, renunció cobardemente a distancia y años después solo se dignó a pedir perdón por ?defraudar a algunos? compatriotas. No fueron algunos, nos embaucó a casi todos con el hurto de miles de millones e incontables violaciones a los derechos humanos.En los gobiernos de Alejandro Toledo, Alan García y Ollanta Humala, se aprovecharon del crecimiento económico y del credo reinante del ?dejar hacer? para desviar fondos hacia fines inapropiados. Entregaron los recursos del Estado a intereses privados e, inclusive, crearon normativas específicas para beneficiarlos. Recibieron sin discriminar orígenes, total ?money is money?, y la plata llegó ?sola? de corporaciones nacionales y transnacionales, sectores informales, traficantes de toda índole (drogas, terrenos, personas), contrabandistas, cocaleros o mineros ilegales, sea para engrosar bolsillos propios, de sus partidarios o de sus redes corruptas. ¡Qué falta de capacidad ha tenido nuestro sistema político y la ciudadanía para sancionar y extirpar tanta sanguijuela!La brevedad de esta columna no me permite explayarme sobre las miserias de los otros poderes de Estado y su nula preocupación por el bienestar de los peruanos. Pero algo tengo que decir. Salvo...

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