¿Qué conservar y por qué?

AutorSusana Gallardo

¿Qué pasaría si las cucarachas o las ratas estuvieran en riesgo de extinción? ¿Habría voluntarios para protegerlas? Detrás de cualquier decisión acerca del ambiente hay una posición filosófica y hay una disciplina, la ética ambiental, que se ocupa de analizar las complejas relaciones entre los seres humanos y el ambiente. Las posturas son diversas, y cada una esgrime sus razones.

Hoy en día casi nadie se atrevería a cuestionar la necesidad de proteger y conservar especies en riesgo de extinción. Tal vez el más promocionado, hace ya muchos años, fue el oso panda, cuya imagen se convirtió en el logo de una organización ambiental. De más está decir que en China, quien se aventure a cazar un panda puede cargar con una cadena perpetua. En la Argentina, el oso hormiguero, el ciervo de las pampas y el yaguareté son algunos de los animales que han acaparado el interés de los conservacionistas. Sin embargo, si alguna especie de cucaracha o de serpiente venenosa estuviera en peligro, ¿habría muchos interesados en protegerlos?

Es que decidir qué conservar y por qué depende de muchos factores, además de los biológicos, y entran en juego aspectos sociales, económicos, afectivos y, sobre todo, morales. Por ello, la conservación entraña una ética, es decir, un conjunto de principios que definen valores: lo bueno y lo malo, lo conveniente y lo que no lo es. Ello implica que, frente a la necesidad de tomar decisiones, puedan existir diferencias, según la posición ética de cada uno.

Valor utilitario

“Para la posición conocida como antropocentrismo, o ética de la conservación de los recursos, conservar la naturaleza tiene sentido porque esta nos provee de bienes y servicios, y es útil en algún sentido”, detalla el doctor Javier López de Casenave, profesor en Exactas-UBA de Biología de la Conservación.

Esa posición ética centrada en el hombre tiene sus raíces en un movimiento filosófico desarrollado entre los siglos XVIII y XIX, el utilitarismo, cuyos máximos exponentes fueron los filósofos británicos Jeremy Bentham y John Stuart Mill. Para el utilitarismo, la moralidad de una acción se define por su utilidad para los seres humanos y su capacidad de producir el máximo bienestar para el mayor número de personas.

Así, para el antropocentrismo, la naturaleza no tiene valor intrínseco, sino apenas un valor utilitario: proteger la diversidad de especies vale la pena en la medida en que esta sea un medio para satisfacer un fin: obtener alimentos, madera para muebles, o sustancias con potencial farmacológico, entre otros. En esta línea, la única entidad con valor intrínseco es el hombre.

La posición antropocéntrica, con foco en el utilitarismo y en la conservación de recursos, no busca proteger a los individuos, sino a las especies. Por ejemplo, en un bosque podemos talar un gran número de árboles para obtener madera, pero lo importante es que esa especie de árbol se conserve para las generaciones...

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