Cara o sello

En el Perú ya es lugar común decir que los partidos políticos se encuentran en crisis. Curiosa esta crisis que ya lleva casi 30 años y sigue sin encontrar remedio. En todo caso, a raíz de ella, en las últimas semanas se discute en el Congreso un proyecto de reforma de la legislación electoral que busca fortalecer nuestro sistema de partidos. Uno de los puntos que forma parte importante de este debate es si se debería mantener el voto preferencial en la elección parlamentaria.

Ahora bien, toda polémica sobre cambios al sistema electoral tiene que partir por reconocer que los electores, como es natural, cuentan con poca información al momento de votar. Rara vez alguien analiza y compara con detalle las propuestas de los candidatos por la sencilla razón de que el costo de informarse es muy alto y que además todos tienden a sentir que su voto no será el que defina la elección. Por eso no es extraño que los electores se guíen más por caras conocidas, simpatías personales o personajes carismáticos que por programas políticos o ideologías. Y este termina siendo uno de los grandes problemas que atraviesa el sistema democrático: las elecciones se encuentran en manos de personas que tienen pocos incentivos para informarse sobre los candidatos que van a elegir.

Pues bien, el voto preferencial, al permitir escoger por nombre y apellido, es una institución que desmotiva aún más al elector a informarse. Facilita que el votante sea conquistado por carteles, canciones o propagandas en lugar de por programas de gobierno. Y es que al elector siempre le será más atractivo votar por la cara familiar de la televisión (quizá porque mejor malo conocido que bueno por conocer) que tomarse la molestia de estudiar una propuesta. Asimismo, como los partidos son conscientes de ello, para ganar más curules prefieren simplemente incorporar en su lista una figura popular en vez de un político de carrera. El resultado es que nuestros congresos terminan siendo un popurrí de comentaristas deportivos, vedettes, voleibolistas y otras figuras conocidas, que, por más méritos personales y profesionales que ostenten, andan muy lejos de ser especialistas que conocen cómo funciona el Parlamento y sus procesos legislativos.

Esto, además, tiene la grave consecuencia...

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