La amoralidad política

Por Carlos Alberto Montaner. Periodista

Hoy, la amoralidad corre por cuenta de los latinoamericanos. Quienes antes criticaban a Estados Unidos por abrazarse con los dictadores durante la Guerra Fría ahora hacen eso mismo.

Se observa en Rafael Correa, Hugo Chávez, Daniel Ortega y Evo Morales cuando respaldan la satrapía siria de Bashar al Asad, condenada por la ONU, e ignorada por el Brasil de Dilma Rousseff, como antes defendieron la de Gadafi.

Una variante de esa actitud son las propuestas del colombiano Juan Manuel Santos, más preocupado por restaurar las buenas relaciones entre los Castro y EE.UU., que condenar los excesos de la tiranía y ayudar a sus víctimas.

Durante más de cuarenta años los políticos norteamericanos eligieron la seguridad nacional por encima de consideraciones morales. Era la lógica de la Guerra Fría. Casi cualquier cosa resultaba mejor que un triunfo de los comunistas o del gobernante que les abriera la puerta. La izquierda y muchos demócratas consecuentes bramaban contra esa disonancia norteamericana. La más antigua y próspera democracia moderna, paladín de la libertad, debía ser congruente con sus ideales y no abrazarse con dictadores desalmados del mundo.

Pero en 1991 terminó la Guerra Fría. Ya podía escogerse a los amigos sin peligro. Mientras tanto, en América Latina ocurrió un fenómeno paralelo a la disolución del bloque comunista. Entre 1983, cuando terminó la dictadura militar argentina, y 1990, que acabó la chilena, todos los gobiernos latinoamericanos, menos Cuba...

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