Zapping por la violencia: el poder del miedo.

AutorCarpio,
CargoPODER Y SOCIEDAD

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

Si bien un espectáculo es, por definición, la representación de un hecho real o imaginado, muchas veces sirve como vehículo de control en tanto despierta en sus espectadores una serie de sentimientos. Quien está detrás del montaje tiene una intención y presume cuáles serán las reacciones de su audiencia. Por ejemplo, el miedo frente a un suceso violento es una respuesta casi natural y previsible y, en muchos casos, ha sido el móvil de más de un sujeto con ansias de poder para lograr mantener el control. Y es que del espectáculo que se libra sobre las tablas al escenario político no hay un gran salto, pues no es un misterio que quienes están a cargo de un gobierno intenten un manejo de la población a través de la creación o recreación de situaciones que, justamente por eso, no son siempre reales.

La Iglesia, por ejemplo, ha sido casi pionera en estas artes. Toda la parafernalia que acompañó a la Inquisición no fue otra cosa que una construcción de espectáculos y escenarios que pretendían, mediante el miedo y el castigo, coaccionar al otro, al que no tenía el poder, para así mantenerse arriba los que se consideraban dignos de tenerlo. No hay duda: al conocido refrán > parece que se le escapó un sustantivo: el miedo.

UN PAÍS QUE NO SE ESCAPA

El Perú, cuyas autoridades más de una vez han dado muestras de carecer de aptitudes para gobernar, no es la excepción que confirma esta regla. Y es que la violencia, y con ella el miedo como vehículo de control, es la línea transversal que recorre la historia de la humanidad de punta a punta. En cuanto a historia geográfica y temporalmente cercana, se puede afirmar que, en nuestro país, en la década de 1990 la violencia alcanzó un rol político estelar y se convirtió en el instrumento de control por excelencia. Al parecer, el gobernante de entonces, Alberto Fujimori, no solo asistió a esa clase y aprendió la lección correctamente, sino que se sentó en primera fila y, junto a su socio Vladimiro Montesinos, dejó en evidencia todo este clásico manejo: una vez más el miedo se convirtió en la mejor herramienta para mantenerse en el poder. No olvidemos que un grupo humano sometido al terror se traduce en una sociedad vulnerable capaz de aceptar todo a cambio de su seguridad. En aquel entonces, la mano dura fue celebrada en innumerables ocasiones, tapando el claro tufo de autoritarismo que emanaba de esa boca china de risa.

Para 1990, año en el que postuló por primera vez a la presidencia, el ingeniero de origen japonés se encontró con un pueblo sumido en la incertidumbre, la hiperinflación...

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