Yerbateros es una gran pared verde con dos portones negros.

AutorLerner, Dan
CargoDisputa de la familia Paredes por el matadero de Yerbateros en Lima

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

La avenida Nicolás Ayllón separa dos espacios en los que confluyen miles de personas todas las mañanas: la estación de buses interprovinciales y el camal de Yerbateros. Por un lado, el paisaje es bastante común dentro de la gran ciudad: buses, comercios, masas de gentes peleándose por conseguir un sitio en el vehículo. Por el otro, el escenario es bastante más chocante: centenares de personas se atropellan para entrar al camal, donde podrán encontrar carne de cerdo, carnero o res a un precio bastante cómodo. Son compradores que adquieren grandes cantidades del producto para sus supermercados o sus restaurantes. Todo esto dentro de un lugar en el que se respira el olor a sangre y se observa de reojo cuerpos de cerdos colgando del techo.

El camal de Yerbateros es una gran pared verde con dos portones negros. Uno puede entrar por el primer portón: ahí están los puestos de venta de carne, los vendedores y los guardianes, que visten pantalones de comando, están en actitud siempre vigilante, con el walkie-talkie en la mano, a punto de apretar el botón y advertir al colega.

La carne es barata, y las vendedoras aseguran que las que venden son las mejores menudencias del mercado. El kilo de hígado cuesta cuatro soles, más tu yapa. ¿No será hígado de caballo, seño? No pues, hijo, y si fuera ni te darías cuenta. El ambiente donde se vende carne hasta el mediodía es pequeño. Solo una decena de tiendas atiende a los clientes comunes, los que compran carne en gramos y no en cientos de kilos; los que se llevan pecho de res y no la res entera. Basta caminar unos metros para toparse con otro portón negro, tras del cual, como humo tóxico, brota un hedor a sangre fresca.

El camal de Yerbateros tiene una historia que aún hoy no está resuelta. La sordidez del lugar no se debe solamente a la sangre y los pedazos de animales que yacen en sus congeladoras. La familia que administra el lugar, que genera ganancias que se cuentan en millones, ha sufrido insuperables conflictos internos desde que Nora Ruiz, dueña del local, fuera asesinada junto con Melissa Paredes, una de sus hijas, en 1998. Los presuntos asesinos intelectuales de las mujeres son María Luisa y Mario Paredes, hijos de Ruiz. Tras el asesinato, Giovanni Paredes, otro de los hijos de Nora Ruiz, heredaría el 55% de las acciones a los quince años de edad. Si bien la abuela de Giovanni, Donatila Aguilar, presidió el directorio durante un tiempo, una vez que el menor cumplió la mayoría...

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