Viaje a Tombuctú

Por Cecilia Valenzuela. PeriodistaLa película de Rossana Díaz Costa está en cartelera, y al tiempo de contarnos una historia de amor, la cineasta hace el legítimo intento de librarse del fantasma que nos persigue a todos los que fuimos jóvenes en el Perú de los ochenta. Como parte de esa generación ?la que engrosó como carne de cañón las filas de las FF.AA., la policía, Sendero Luminoso y el MRTA?, la directora expresa su necesidad emocional de evadir la guerra, y acentuar su condición de ciudadana para no tener que tomar un lado y vincularse con ella. La violencia que Sendero Luminoso desató, y que en algunos casos contagió de insania y maldad a los que les tocó defender al Estado, es vista por una ciudadana de a pie, que se acerca a los horrores de la guerra a través de la familia de su enamorado, pero que termina abandonando el país, viajando a su Tombuctú, para seguir con su vida. Los adultos que viven con ella se enteran de lo que ocurre por la radio o por la televisión, pero en su casa, salvo el abuelo medio loco, nadie habla de la guerra.Sin querer, la película pone en evidencia una de las razones más agudas del desencuentro en el que vivimos los peruanos hoy en día. Durante los años iniciales de la violencia, la mayoría nos consideramos víctimas indirectas de un enfrentamiento entre terroristas y militares; ajeno a nosotros. Los terroristas mataban policías y soldados, los militares mataban campesinos a los que confundían con terroristas. Nosotros nos pusimos de costado; los terroristas no eran nuestros enemigos, eran los enemigos de los militares.El recuerdo, removido por el film, ocurre en los días en que se ha presentado en sociedad el local que albergará en Lima al Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social...

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