Veinte años después

Hoy se cumplen 20 años del golpe de Estado del 5 de Abril de 1992. Hubiéramos querido recordar el acontecimiento como uno que nos vacunó contra la concentración del poder y acabó de fijar de manera irreversible la convicción democrática de los peruanos. Como algo que, en suma, pertenece sólo a nuestro pasado.

La encuesta que publicamos este domingo, sin embargo, ha demostrado que esto no es así. Concretamente que, para nosotros, la democracia y sus instituciones siguen siendo negociables, cosas que puede valer la pena cederle al gobernante para que nos dé otras en su lugar.

En nuestro editorial del martes intentamos demostrar cómo los términos de esta ?negociación? son, al menos para la ciudadanía, siempre mentirosos. Cómo no importa lo que nosotros pidamos a cambio a la persona a quien entregamos todo el poder y cedemos todas las garantías: una vez que no tengamos mecanismos institucionales a través de los cuáles exigirle algo, esta siempre aprovechará para ir más allá de lo ?acordado?. El golpe de Fujimori no acabó el 5 de abril, sino que continúo a lo largo de sus diez años en el poder. Una a una, el régimen fue haciendo caer, con razones que ya nada tenían que ver con la ?salvación? del país, las instituciones que existían para limitar su poder. Al final de su mandato no había en el Perú proceso judicial ni administrativo importante que se resolviese en contra del querer de sus lugartenientes, ni (salvo excepciones) prensa que nos informase de nada contrario a sus intereses, ni contralor que monitorease las transferencias presupuestarias con las que operaba Montesinos, ni Congreso que fiscalizase, ni Tribunal Constitucional que impidiese que la obsecuente mayoría congresal diese constantemente leyes que violaban la propia Constitución del Régimen, ni nada que no fuese la voluntad de los socios que nos gobernaban.

Dicho de otra forma, el gobernante al que le permitimos cerrar el Congreso para que nos diera determinados resultados concretos acabó cerrando todo lo demás para lograr otros resultados (como la reelección eterna y la destrucción de cualquier germen de partido opositor) que ya tenían mucho más que ver con sus propias metas que con nosotros. Y así fue cómo, cuando llegó el cambio...

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