Unas semanas más sí importan

Por MarilúMartensHace un año, la comunidad educativa debatía cuál era la edad apropiada para que un niño sea matriculado en inicial o primaria. ¿Debía haber cumplido años al 31 de marzo o al 31 de julio para ser admitido? Para entender la importancia de este debate, usemos una analogía. El tiempo para un embarazo completo es de 38 semanas desde la concepción. Cada semana restada añade un riesgo al desarrollo prenatal del bebe. Con la misma óptica, el 7 de enero el Ministerio de Educación (Minedu) ratificó que la edad de ingreso a los niveles de inicial sería de 3, 4 y 5 años, y para primero de primaria de 6 años cumplidos hasta el 31 de marzo. Ello con el fin de que los niños tengan la edad mínima para garantizar las condiciones de madurez socioemocional, psicomotriz e intelectual necesarias para los aprendizajes. Además, aseguraría que los estudiantes se inserten y mantengan en el sistema educativo y reduciría el fracaso escolar y la deserción. Sin embargo, hay padres que aún cuestionan esta norma. Pero veamos, si bien es cierto que la edad cronológica no es un indicador perfecto, sí es el mejor que tenemos. La edad no dictamina la preparación de cada niño para afrontar los retos de aprendizaje, pero es el mejor estimador de los factores más relevantes en el desarrollo infantil: biológicos, neurológicos, sociales, emocionales, económicos, culturales, nutricionales, entre otros. Estos criterios se basan en teorías referidas al desarrollo de la personalidad, de la inteligencia, de lo psicosocial, de lo sociohistórico cultural. Es decir, una mirada integral del ser humano en todas sus dimensiones. El desarrollo integral de estos aspectos es fundamental para un buen aprendizaje. Si no están maduros, no es posible un aprendizaje adecuado, pues no existirían las estructuras mentales y emocionales apropiadas. Exponer a los niños a situaciones para las que aún no han alcanzado un desarrollado integral de las dimensiones antes mencionadas muy posiblemente dejaría huellas en su personalidad y les generaría inseguridad, frustraciones, baja autoestima, dependencia, falta de motivación para el aprendizaje, fracaso escolar y, consecuentemente, rechazo a la escuela. Especialistas en desarrollo infantil afirman que los estudiantes que se enfrentan a determinados aprendizajes sin haber desarrollado el nivel de madurez necesario adquieren conductas fragmentadas, inseguras...

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