Hipólito Unanue: la fórmula mágica

Por Josefina Barrón. Escritora y comunicadoraHipólito Unanue es como el reflejo de reflejos infinitos en un salón de paredes revestidas de espejos, donde la realidad no sobrevive a la ilusión. Es en esa seriación de Unanues donde se deconstruye al personaje para devolverlo en lugares comunes, a la historia contada, pero con análisis. Hay que escuchar los bemoles y sostenidos de este complejo personaje bisagra de nuestra historia, testigo del paso de la Colonia a los primerísimos momentos de la República. Hace un tiempo, Uriel García hizo eso: observó a Unanue a través del microscopio, como hacen los hombres de ciencia.Unanue no es el médico sabio confinado a un laboratorio, autor de grandes aportes científicos que revolucionaron su época. Él mismo fue una fórmula mágica, un hechizo del que pocos se libraban. Realistas y patriotas, Dios, el diablo, virreyes, San Martín, Bolívar, y el mismo Fernando VII cayeron rendidos ante él. Mariana Belzunce, la viuda del riquísimo hacendado Landaburo, dueño de tierras en Cañete y la Plaza de Acho, lo protegió apenas llegó a Lima desde Arica, pobrísimo y listo para vestir el hábito franciscano. Mariana era audaz feminista, independentista y refinada limeña que entonaba los cantos de esclavos negros. E Hipólito, nada frugal, alto, blanco, de ojos azules y pelo azabache. Enigmático. Y consciente de sus atributos.Hipólito trabajó en casa de los Landaburo y Belzunce como preceptor de Agustín Leocadio, hijo de Mariana. En los salones de la mansión se reunían los intelectuales más ilustrados a participar de las tertulias que organizaba la viuda. Allí se cocinaron milagros como el ?Mercurio Peruano?. Nuestro personaje publicó en esas páginas acerca de los monumentos del antiguo Perú, tema inédito para la época...

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