La triste historia de siempre

Por Rolando Chumpitazi. Editor de LimaBasta con unas pocas milésimas de segundos, algo de mala suerte y otro poco de infortunio para que la pradera, en Lima, se incendie una y otra vez. La misma película de terror de siempre ennegrece el cielo limeño y al final del día, sobre mojado, llueven los problemas para quienes lo han perdido todo. Las cámaras los enfocarán. Así, se sucederán los pedidos de ayuda para recuperar lo consumido por las llamas.El incendio y las consecuentes explosiones ocurridas el viernes en la planta envasadora de gas de Pecsa, en Huachipa, es tan solo la última perla de este lastimoso collar de insensatez, informalidad, y realismo mágico que padecemos en nuestra capital. Los incendios en Lima tienen esa carga de dramatismo que solo una ciudad como la nuestra ?desordenada, violenta e intransigente? puede otorgarle como funesto decorado.Tras el incendio del viernes, alguien recordaba que esa zona de Huachipa, otrora escenario de verdes campiñas, dedicadas todas al cultivo y a las faenas agrícolas. Debe haber sido con el correr de los años, la expansión del cemento, la ola migratoria y la desidia de nuestras autoridades que los fértiles campos dieron paso a esta suerte de mescolanza urbana.Y es que de zona agrícola Santa María de Huachipa pasó a convertirse, cambio de zonificación mediante, en una zona de industria liviana (viviendas talleres) donde se han ido asentando grandes y variadas industrias que escogieron alejarse de las tradicionales zonas industriales que con los años la ciudad terminó devorándose.Una vez más tenemos que la falta de planificación termina convirtiendo a las nuevas áreas de Lima...

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