Los tránsfugas

Por Carolina Benavides Piaggio*

Ahora que los afanes de los grupos políticos que compiten por el poder se concentran en la confección de las listas parlamentarias, aflora una vez más el fantasma de los potenciales desertores. Mucha tinta se ha derramado a propósito de tan lamentables personajes. Pese a ello no es inútil plantear algunas reflexiones en torno a esta lacra que se hace visible en la vida pública, pero que tiene alcances que van más allá de ella.

Dicho de otro modo, es la punta del iceberg de un aspecto fundamental de la convivencia. Como es bien sabido, la deserción en el caso del Legislativo está inmediatamente asociada a la fragilidad institucional, a la casi ausencia de partidos políticos que puedan denominarse como tales, esto es, formaciones constituidas por visiones compartidas del ordenamiento colectivo, preferencias y discrepancias comunes. En lo que menos se detiene el ciudadano de a pie es en el hecho de que los tránsfugas son la versión manifiesta de patrones de conducta y de actitudes, lastimosamente, muy difundidas en nuestra sociedad, que contribuyen a nuestro estancamiento en el Tercer Mundo.

Lo que subyace al transfuguismo es la carencia en el individuo promedio de sólidas convicciones morales que le permitan colocar en primer plano el respeto por el otro, por las reglas de juego de la vida cotidiana y de la colectiva. Es como si no se hubiera instalado el chip que emite una señal de alerta cuando incumplimos pactos, cuando nos volvemos mercenarios. La indiferencia ciudadana ante tales procederes refleja precisamente el descaro de los infractores. De esta manera, parece normal traicionar lealtades, cambiar de piel como la serpiente.

Queda claro que estamos ante...

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