Todas somos Casandra

Por PeriodistaCuenta el mito que Apolo se obsesionó con su belleza y le prometió que, si se acostaba con él, le daría el don de la profecía. Casandra aceptó, y cuando ya había sido ungida con la gracia de la premonición, se arrepintió y no quiso cumplir con lo acordado. Apolo fingió tristeza, y le pidió que por lo menos le diera un beso. Cuando ella acercó sus labios a los del enamoradizo dios, él le escupió en la boca y transformó el don en maldición: sería capaz de ver el futuro, de predecir lo que iba a suceder, pero nadie le creería, nadie la tomaría en serio. De nada le sirvió a Casandra advertir que lo del caballo era una trampa, de nada le valió predecir el trágico final de la Guerra de Troya. Encerrada y repudiada, tuvo que ver con impotencia cómo se cumplían todas y cada una de sus profecías, mientras a ella se la tildaba de loca. Casandra murió ya terminada la guerra en manos de la despiadada Clitemnestra. Con ella, sin embargo, no murió la maldición. No importa cuán terrible sea la denuncia que hagamos, en quejas que tienen que ver con agresiones sexuales, acoso o discriminación por género casi siempre somos tratadas como seres inestables incapaces de discernir entre nuestros propios temores y la realidad. Por eso, ver en televisión a mi colega Melissa Peschiera pidiendo desesperada que no dejen en libertad al acosador que ha alterado su vida resulta desmoralizador, porque es constatar, una vez más, que nuestro sistema de justicia no nos toma en serio. Leer los comentarios irónicos en Twitter, de desatinados que hacen broma con la situación de Melissa, es descubrir, con agotamiento y espanto...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR