El timbre del lechero

Por Jorge Edwards. Escritor

Hablo de mis lecturas rusas, adolescentes, juveniles, tardías, en el Instituto Cervantes de Moscú, y se me acerca un joven armado de un instrumento electrónico. Representa una radio de no sé qué parte y me pide que le conteste a una pregunta precisa: usted estuvo en Moscú hace alrededor de 18 años. ¿Ha notado algún cambio en la ciudad durante este nuevo viaje?

Por supuesto que he notado cambios notables, muchas veces espectaculares. No sería honesto negarlo. La ciudad se ve más moderna, más limpia, con las calles y avenidas en impecable estado, llena de edificios modernos importantes, mejor iluminada. Las grandes basílicas que rodean el Kremlin parecen restauradas, con las cúpulas recién doradas y pintadas. No sé si exagero, pero la impresión general que recibo es la de una modernización a gran escala.

El joven periodista pronuncia una palabra de agradecimiento y se dirige a otro lado. Es un probable funcionario, quizá un agente de seguridad, pero le doy una respuesta razonable y no me siento acosado. Hay un progreso tangible, que no podemos negar, comentan intelectuales rusos de los viejos tiempos. Ahora, cuando suena el timbre de la casa a las cinco de la madrugada, no nos inquietamos. Ya no es la KGB. Suponemos que es el cartero o el lechero.

La situación, en cualquier caso, obliga a revisar los lugares comunes, las ideas preconcebidas. Existe, por ejemplo, una nostalgia parcial, marginal, pero bastante notoria, del gobierno de José Stalin. Nadie quiere que vuelva el período del Gulag, nadie añora el terrorismo de Estado. Se nota, sin embargo, una actitud de orgullo nacional. Stalin resistió, derrotó a los nazis, que alcanzaron a llegar a 28 kilómetros de Moscú, instaló en el espíritu de los rusos nociones ambiciosas, de la Santa Rusia como gran potencia mundial por primera vez en su historia. Dentro de este cuadro, Vladimir Putin parece un continuador más moderado, menos despótico. Las circunstancias le permiten actuar en esta forma, sin tanto drama, con un autoritarismo efectivo, pero más bien disimulado, de guante blanco.

Algunos ensayistas del siglo XIX y comienzos del XX hablaban, a propósito de la América española, de los caudillos bárbaros y los caudillos ilustrados. Hacían la diferencia tajante, elaborada, entre un Melgarejo de Bolivia o un Getulio Vargas del Brasil. Quizá Stalin se podría definir como un caudillo bárbaro, a pesar de sus éxitos militares, y Putin, o la familia de los jefes de Estado al...

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