El sueño de una bandera

Por Josefina Barrón. Escritora y comunicadoraDesde que el hombre imprime un sentimiento, un deseo, una invocación, en las paredes de las cavernas, se separa irremediablemente del resto de los animales. Su existencia se verá regida por símbolos que él creará para reposar en ellos. En esos gestos radicará el desarrollo del pensamiento. Vendrán, se sucederán, multiplicarán y complejizarán las formas gráficas, algunas voluptuosas, otras rígidas, todas ellas representaciones que dotarán de sentido sus más hondos anhelos y temores. Los símbolos lo conducirán a nuevas dimensiones de la realidad.Será a través de los símbolos y sus formas que se revincule con los entornos que lo desafían y acarician, desde el más íntimo y cotidiano hasta el geográfico, y más allá, al entorno aquel que no alcanza a tocar ni ver, tan solo presentir e imaginar. Simbolizará la naturaleza y su fuerza fenomenal, los astros, la sociedad, la nación, y toda la gama de subjetividades que componen el alma del ser.Nada de eso pensaba al ver la primera bandera peruana, expuesta en la sede del Banco de Crédito en el jirón Lampa, dentro de una impecable urna de cristal, en un recinto enorme y acondicionado para protegerla. Un tesoro de la nación, joya hecha de raso, lentejuelas e hilos dorados, bordado por las manos primorosas de una señora piurana que debió amar la idea de una república que aún no existía, quizás imaginando a sus hijos y nietos libres del yugo español, peruanos al fin; ella iría hilvanando ese sueño en la tela roja y blanca, alumbrada por un sol luminoso que estiraba sus rayos como espadas de luz.Debió ser un tributo a la deidad nativa depositaria del fervor religioso de las sociedades andinas. Laurel avizoraba el triunfo de la causa libertadora.Sobre esas formas alegóricas, las...

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