El sucesivo miedo a los cambios

Por Manuel Marticorena Solís. Periodista

El reproductor de DVD tenía cerca de treinta y cinco funciones que incluían no solo regular el tamaño de la imagen, sino también el sonido, la marcación de capítulos, un sistema de karaoke (con capacidad de calificar la entonación de los cantantes) y la posibilidad de leer hasta cinco extensiones de video. En fin, se trataba de una ?pinturita? eléctrica (para su época) que yo intentaba, por todos los medios, que mi madre comprara.

Era el inicio de este siglo y estábamos en una tienda de artefactos para comprar nuestro primer DVD. Yo estaba totalmente emocionado y creía que mi madre también, sin darme cuenta de que ella miraba el aparato elegido por mí con desconfianza. Aún así lo compró.

Pasaron muchos años antes de que ella lograra manipularlo. Decía no entenderlo y casi, casi lo odiaba. Por mi parte, intentaba tener paciencia enseñándole su manejo; sin embargo, se resistía a aprender, algunas veces mencionó que tenía temor de malograrlo.

Exponiendo a algunos amigos esta situación, me decían que se trataba de una natural resistencia al cambio. No había por qué sorprenderse, no era nada fuera de lo común y algún día a nosotros nos pasaría.

En efecto, ejemplos de resistencia y temor al cambio hay muchos. El no encontrar una explicación a algo nuevo nos conduce inmediatamente a una nube de dudas y negación, a maldecir la novedad, a satanizarla e intentar invalidarla. Los cambios, más aún si son totalmente desconocidos, son percibidos como amenazas de exclusión: por eso nos oponemos a su implementación. Ejemplos hay muchos.

Cuando el transporte público pasó del tranvía a sangre (jalado por caballos) al tranvía eléctrico, se satanizó su rapidez. Así, cada accidente en el que se veía envuelto este último, sobre todo por imprudencia de pasajeros y de las carretas que no respetaban sus vías, era motivo de grandes crónicas y de pedidos de la opinión pública que solicitaba el retorno al sistema anterior. Igualmente, cuando los omnibuses ingresaron, alrededor de 1929, fueron bautizados como ?perreras? y, a la sazón de las notas periodísticas de los años 50, se convirtieron en los ?buses de la muerte?. Los sucesivos cambios del paisaje automotor urbano siempre fueron resistidos.

ENERGÍA NUEVAEl ingreso de la electricidad también lo fue. Más aún, se trató de uno de los cambios más nítidos en ser rechazados. Como cuenta el poeta José Gálvez en su libro...

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