El sol naciente

Por Ricardo Montoya. Columnista

Ráfagas de un huracán azotan Tokio. La contagiante vitalidad de Kei Nishikori enciende a todos en el Lejano Oriente y el gigantesco Milos Raonic observa, inerme, cómo le despedazan los sueños de abrazarse a su tercer título de la temporada. ?Será para la próxima?, reflexiona mientras el torbellino Nishikori lo mueve de un lado al otro.

El court es el campo de batalla, y ya en el último set, el japonés continúa su notable faena, esa en la que al canadiense no le queda más remedio que ser la comparsa de un gran actor, en un festival de tenis inspirado. Alguna vez, en Basilea le ocurrió a Novak Djokovic enfrentando al mismo adversario. Tras dos mangas muy parejas, el impredecible nipón convocó a las hadas de su talento y se dio el enorme gusto de vencer al entonces número 1 del mundo, por un abrumador 6-0 en el parcial definitivo.

Milos Raonic se ha reflejado en un espejo similar. El domingo pasado, en el set del desempate, Nishikori, transformado en un David asiático aplastó, textualmente, al Goliat canadiense, 20 centímetros más alto que él. Armado de una raqueta, y con una movilidad y precisión impresionantes neutralizó sobre el final la potencia de su adversario para conseguir el título. Un triunfo memorable, que además inscribe para la historia un hecho inédito en el deporte blanco del Japón, ya que es la primera vez que un tenista local logra ganar el torneo. La conquista le ha valido a Nishikori adquirir el estatus de héroe nacional.

Esta historia comenzó...

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