¿Sirven las sanciones drásticas?

Por Pedro Ortiz Bisso. Periodista

El proyecto que penaliza a todo conductor que haya bebido alcohol resulta exagerado, invasivo y hasta agraviante porque coloca en un mismo saco a quien consume un vaso de cerveza, sin menoscabar sus facultades, con el irresponsable que se despacha media caja y apenas puede permanecer despierto o mantenerse en pie.

Apelar a la mano dura como respuesta inmediata a una injusticia es un recurso facilista que atrae rápidos aplausos y otros gestos de aprobación, pero que, como ocurre en este caso, no ataca el problema de fondo, el cual no se quiere enfrentar con seriedad: hacer que se cumpla la ley.

Nuestro país es propietario de una legislación frondosa, enmarañada y contradictoria, que la convierte en vulnerable a diversas trampas abogadiles. Además, existen jueces que por pura irresponsabilidad o corrupción evaden el cumplimiento de su deber.

Manejar un auto bebido ya se encuentra penado y con una sanción que no es para nada blanda: de acuerdo con el Código Penal, el chofer que conduzca con al menos 0,5 gramos de alcohol en la sangre puede recibir entre seis meses y dos años de cárcel o ser condenado a prestar servicios comunitarios. El problema es que a la fecha no hay un solo conductor que cumpla alguna de estas disposiciones porque los jueces no quieren cumplir con la ley.

Sabido es que cuando la pena no excede los dos años, la cárcel efectiva se dicta en muy raras ocasiones. Sin embargo, la opción tomada por los magistrados de ponerse una venda en los ojos, sea por el exceso de carga procesal, problemas administrativos o porque no quieren que un tipo sorprendido con dos pisco sours encima comparta una prisión con un delincuente avezado, tampoco es la mejor solución.

El...

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