El shock o el día en que ya nadie sabía cuánto costaba vivir

AutorOmar Mariluz Laguna

Hubo un día en el que el tiempo pareció detenerse en Lima. Las avenidas lucían desiertas, las tiendas permanecían cerradas y las personas caminaban sin entender muy bien qué era lo que pasaba. Quizá nunca se había respirado tanta incertidumbre entre las familias.

Una mañana de agosto simplemente los precios habían desaparecido y ya nadie sabía cuánto costaba vivir en una ciudad que parecía haber despertado de una guerra. El tan temido shock se había producido, y a partir de ese momento nada volvería a ser igual.

Fue el inicio del cambio de rumbo. Fue el freno en seco de un auto que se dirigía al precipicio pero sin cinturón de seguridad. Y ya han pasado 25 años desde que se viró el timón y, pese a las resistencias y críticas, el modelo, con sus limitaciones, ha funcionado.

Pero la historia estuvo plagada de incertidumbre desde el día de su anuncio. La noche del 8 de agosto de 1990, el entonces ministro de Economía, Juan Carlos Hurtado Miller anunció el shock económico a las familias peruanas, pero, totalmente inseguro de las consecuencias, cerró su presentación invocando el apoyo divino: “Que Dios nos ayude”.

Y en los días siguientes, sí que los peruanos necesitarían más que eso. El precio del pan se incrementó casi 200%, el precio de la leche y el azúcar se duplicó y la gasolina subió 30 veces. Las bodegas no querían vender sus productos porque no sabían cuánto costarían al día siguiente.

Las colas por conseguir un tarro de leche o una bolsa de pan aumentaban; las familias se vieron en la necesidad de hacer ollas comunes, e incluso, los saqueos proliferaban en la periferia de Lima. La angustia reinaba en la ciudad, y a ello se sumaba la amenaza que representaba Sendero Luminoso.

Pero la protesta fue mucho más suave de lo que se esperaba. Quizá porque los peruanos habían entendido que no había otro camino.

El único método para detener la hiperinflación en ese momento era contraer radicalmente la demanda interna, inflada artificialmente por años de subsidios y emisión inorgánica de dinero (‘la maquinita’), que llevaron al caos económico que vivía el país en ese momento.

En setiembre, la hiperinflación empezó a ceder. Las medidas radicales parecían empezar a dar resultados, pero dos meses después nuevamente los precios comenzaron a subir y el temor volvió al seno del Gobierno.

Carlos Boloña asumió el Ministerio de Economía a inicios de 1991 y traía bajo el brazo una serie de reformas estructurales que buscaban cambiar las bases del sistema.

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