Santo Tomás de Aquino y los grandes maestros del espíritu

AutorJosé Antonio Silva Vallejo
Cargo del AutorAbogado en ejercicio. Ex Vocal de la Corte Suprema de Justicia y ex miembro del Consejo Nacional de la Magistratura
Páginas71-139
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* Abogado en ejercicio. Ex Vocal de la Corte Suprema de Justicia y ex
miembro del Consejo Nacional de la Magistratura.
Santo Tomás de Aquino y los grandes
maestros del espíritu
José Antonio Silva Vallejo*
A Felipe Osterling Parodi, maestro genial y brillante tratadista
de las Obligaciones en el Septuagésimo quinto aniversario
de su nacimiento. A la luminosa y santa Orden de Predicado-
res, en el 792 aniversario de su fundación.
A don Nicanor Silva Salgado, egregio jurista, quien fuera
asesor de Felipe Osterling durante su gestión ministerial, en
el centenario de su nacimiento.
Sumario: I. La vida y el pensamiento de Santo Tomás de Aquino.—
II. La Escuela de Salamanca.— 1. ¿Qué es la Escuela de Salamanca?—
III. El Neotomismo.— 1. La Escuela Lovaina.— 2. Los grandes maes-
tros de la Teología contemporánea.— 3. La Escuela de Fourvière.
I. LA VIDA Y EL PENSAMIENTO DE SANTO TOMÁS
DE AQUINO
Santo Tomás de Aquino, llamado «El doctor Angélico» y,
también, «Princeps Doctorum» (el Príncipe de los Doctores),
«Doctor Común» y «Doctor Humanitatis» (Doctor de la
Humanidad), por la inigualable profundidad y actualidad
de su reexión sobre la persona humana; nació en 1225 en el
castillo de Roccasecca, en la provincia de Nápoles, en el seno
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de la aristocrática familia de los Condes de Aquino. A los cinco años
fue llevado al monasterio de Monte Cassino, donde fue educado por
los monjes benedictinos cuyo Abad era su tío Landolfo Sinibaldi. Acaso
las voces del silencio en la paz conventual de Monte Cassino, cuya vida
silenciosa se inspiraba en la regla de San Benito, la vida monástica y los
profundos cantos gregorianos que entonaban los monjes benedictinos,
junto con la oración que el mismo Jesús nos enseñó, grabaron los dones
del Espíritu Santo en el alma y en el corazón del niño, predisponiéndo-
lo a la vida de contemplación, de recogimiento y reexión que fueron
la clave de su personalidad. Silencioso y meditabundo, era un oblato
ejemplar y este estilo de su alma y su temple vital determinó que, años
más tarde, sus condiscípulos en la Universidad de Colonia lo llamaran
Bovem mutum, el «Buey mudo».
Y es que el silencio de la vida monástica, el canto gregoriano y el
sublime canto solemne en latín del Pater Noster, hace de un monje, un
iluminado que busca la perfección cristiana, renunciando a las vani-
dades de este mundo, haciendo suyas las palabras de Cristo, quien ha
dicho: «En verdad os digo, que nadie que haya dejado casa o padres,
o hermanos, o mujer, o hijos, por amor al Reino de Dios, quedará sin
recibir mucho más en este tiempo y la vida eterna en el mundo veni-
dero» (Lucas 18, 29-30).
Como dice Thomas Merton: «Un monje es el hombre llamado por
el Espíritu Santo para que abandone los cuidados, deseos y ambiciones
de los otros hombres y dedique su vida entera a la búsqueda de Dios.
Nadie puede buscar a Dios, sin haber sido antes llamado por Él. Un mon-
je es el hombre que busca a Dios porque ha sido hallado por Dios».1
En otro de sus hermosos libros, Thomas Merton ha dicho: «El
silencio pertenece a la sustancia de la santidad. En el silencio y la
esperanza se congura la fortaleza de los santos» (Isaías 30, 15).2
Thomas Merton fue un monje de la Orden del Cister, o sea, un cis-
terciense, o un monje trapense. La Orden del Cister es de índole
contemplativa, dedicada a la contemplación y a la oración, como la
Orden de los Benedictinos: «Ora et labora», dice uno de los preceptos
de la regla de San Benito, en la que se inspiran los Benedictinos y a
1 merton, Thomas. La Vida Silenciosa. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1958, p. 9.
2 merton, Thomas. Pensamientos en la soledad. Buenos Aires: Editorial Lumen, 2000, p. 71.
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Santo Tomás de Aquino y los grandes maestros del espíritu
la que pertenecía el monasterio de Monte Cassino en el que se formó
y educó en su niñez Santo Tomas de Aquino. Thomas Merton nació
en Prades (Francia) en 1915. A los 6 años murió su madre y su padre
lo envió a un internado; más tarde, cuando murió su padre, su sole-
dad se exacerbó y a los 27 años decidió ser sacerdote ingresando a la
Abadía de nuestra Señora de Gethsemaní, en Kentucky. Allí, en la paz
conventual, encontró su felicidad y escribió libros hermosos como: La
vida silenciosa, Pensamientos en la soledad, Lo que murmura el viento, Las
aguas de Siloé, La montaña de los siete círculos, Ascenso a la verdad, Cues-
tiones discutidas, Místicos y maestros Zen. Ensayos sobre misticismo oriental
y occidental, entre otros. El 10 de diciembre de 1968 todos perdimos
a uno de los más formidables líderes espirituales del mundo entero.
Thomas Merton murió mientras peregrinaba en Bangkok, Tailandia.
Merton, que antes de su peregrinación escribía en la paz de su Abadía
de Gethsemaní en Kentucky, nos dio una profunda visión espiritual, a
través de sus contemplaciones que hoy evoco, a propósito de escribir
sobre la vida y el pensamiento de Santo Tomas de Aquino. Hoy, a los
38 años de su muerte me inspiro en estos grandes iluminados, al haber
encontrado también el camino hacia la perfección.
Entonces, ¿hay que buscar a Dios?3 Sí, porque esa búsqueda se
contrae a nuestra más profunda necesidad de salir de las tinieblas y de
la angustia en la que todos estamos sumergidos, e ir hacia la luz, porque
«Él es la luz de los hombres. Y la luz en las tinieblas resplandece y las
tinieblas no prevalecieron contra ella». Así lo dice el Santo Evangelio de
San Juan en su luminosa Introducción, capítulo 1, versículo 5. El cuarto
evangelio es la obra del discípulo a quien Jesús amaba y, a diferencia
de los Sinópticos, es obra de un temperamento profundo y metafísico,
como nos lo evidencia el texto de San Juan, desde sus primeras líneas.
Así era, también, el temperamento de Tomás, como la contempla-
ción que uye del Santo Evangelio de San Juan. Érase un espíritu hecho
de luz, nacido para iluminar a los demás mediante la enseñanza, porque
sería un gran profesor, como lo ha dicho San Pablo en la Segunda Epís-
tola a los Corintios, capítulo 4, versículo 6: «Porque Dios, que dispuso
que en las tinieblas resplandeciere la luz, ha hecho brillar su claridad en
nuestros corazones a n de que podamos iluminar a los demás».
3 merton, Thomas, Op. cit., 1958, p. 11.

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