Ritual corporativo

AutorThe Economist

Los detalles pueden variar. Los estadounidenses las colocan sobre la mesa de manera casual y los japoneses las intercambian de manera ceremoniosa. Algunas son discretas, pero otras no tanto, como la del magnate chino Chen Guangbiaio, llena de títulos como “Héroe rescatista del terremoto de China”, “Mayor filántropo de China” y, por si acaso no se entendió el mensaje, “Persona más influyente de China”.

El intercambio de las tarjetas de presentación es lo más parecido a un ritual universal en el mundo corporativo. Fueron los chinos quienes en el siglo XV inventaron las “tarjetas de visita”, para dar aviso de su próxima presencia y, en el siglo XVII, los mercaderes europeos crearon unas que servían como publicidad en miniatura.

Nada genera mayor discusión en una sesión de directorio que el diseño de las tarjetas de presentación de la empresa, señala un veterano director. Y muchas compañías tratan de convertirlas en representaciones de sus productos o servicios: Las de Lego son figuras plásticas con los datos de contacto impresas en ellas, las de McDonald’s tienen la forma de una porción de papas fritas y un abogado de divorcios canadiense entregaba unas que podían partirse en dos.

Para los utópicos de la tecnología, esos trucos son una señal de que las tarjetas físicas viven sus últimos días. Después de todo, ¿para qué molestarse por intercambiar pedazos de cartulina cuando se pueden enviar versiones electrónicas con el smartphone? Pero también se puede argumentar lo opuesto: con tantas reuniones y correspondencia, es más importante que nunca que la suya destaque sobre las demás.

Los intentos por reinventarlas para la era digital no han sido exitosos, pues hasta en Silicon Valley la gente se saluda entregándose pequeños rectángulos hechos de árboles muertos. El hecho de que sigan tan vigentes es un contundente recordatorio de que mucho en los negocios es atemporal, como por ejemplo la eterna e ineludible pregunta de en quién confiar. Las máquinas hacen muchas cosas mejor que los humanos, pero no pueden mirar a los ojos de las personas y decidir cómo son.

Y no pueden transformar las relaciones entre conocidos en relaciones de negocios. Buena parte de la vida corporativa siempre tendrá que ver con el desarrollo de lazos sociales —salir a cenar, practicar deportes e incluso emborracharse—, y mientras las máquinas asuman más funciones cuantitativas, los humanos tendrán que enfocarse más en el aspecto personal.

El rápido avance de la globalización...

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