¿A usted realmente le importaría si tercerizo esta columna?

Suponga que usted descubriera que esta columna no fue escrita por mí. Suponga que hubiera sido escrita al azar por algún joven gacetillero a quien yo le estaba pagando una miseria para que haga el trabajo por mí. ¿Le importaría? ¿Le importaría al ?Financial Times?? La respuesta a ambas preguntas es probablemente sí. Pero el hecho que les importe tiene poco sentido. La única respuesta lógica y sin subjetivismos, sería no darle la más mínima importancia.

Hace unos diez días salió a la luz una noticia sobre un programador en Verizon que tercerizaba su trabajo a alguien en China para que este se pudiera concentrar mirando videos de gatos. A Verizon le importó tanto que hicieron algo totalmente loco: lo despidieron.

Al igual que a este programador, a la mayoría de nosotros nos han contratado para realizar tareas específicas. Si están bien hechas, deberíamos ser premiados. Si no, deberíamos ser reprendidos. Somos responsables de nuestro trabajo, lo hagamos nosotros o no; de todas maneras, el incentivo para tener un buen rendimiento es el mismo. El único riesgo al tercerizar nuestro trabajo a una fracción de nuestro sueldo es que lo descubra nuestro empleador y decida eliminar al mediador.

Pero visto de otra manera, el acuerdo tiene mucho a su favor y tiene un pedigrí fino. Lograr que otra persona haga nuestro trabajo es la base del capitalismo. Es el lubricante que hace funcionar a las organizaciones sin contratiempos. Cuanto más alto es el puesto y mejor sea la paga que se recibe, es menor el trabajo que uno mismo hace: a esto se le llama delegar. Usted podría decir que es diferente en mi caso porque involucra un engaño. Como es mi foto la que sale en el encabezado de esta columna, le estamos haciendo creer que estas son mis palabras. Sin embargo, esto parece una preocupación sensiblera: de seguro es suficiente que yo esté de acuerdo vagamente con los argumentos que se expresen y que las palabras sean suficientemente entretenidas para que usted quiera seguir leyendo.

En cualquier caso, toda clase de personas ponen sus nombres en el trabajo que otros realizan. El artista Damien Hirst contrata a unos 100 artistas en una fábrica y se ha jactado de que le gusta sentarse y mirarlos trabajar. Nadie espera que los políticos escriban sus propios discursos. Conocemos a muchos académicos que logran que sus estudiantes de doctorado realicen investigaciones para ellos. Los diseñadores de moda generalmente no diseñan su propia ropa. El Coronel Sanders no...

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