Realidad virtual

Por Profesor de la Universidad del PacíficoEl fin de semana pasado me quedé pegado a la televisión viendo una miniserie de Netflix sobre el juicio a O.J. Simpson. Se trata de uno de los más famosos jugadores de fútbol americano de todos los tiempos, que en 1994 fue acusado de asesinar a su esposa y a un amigo en Los Ángeles, y que fuese declarado inocente a pesar de la montaña de evidencia forense presentada por la fiscalía. La clave para entender por qué fue exculpado es el contexto político del momento. En ese tiempo, Los Ángeles aún no se recuperaba de los terribles disturbios raciales ocurridos tres años antes, en protesta porque un jurado eminentemente blanco exculpó a un grupo de policías, también blancos, de haber golpeado brutalmente a un ciudadano negro. La tensión racial fue inteligentemente utilizada por el equipo de defensa de Simpson para pintar su caso como uno de racismo: los policías (todos blancos) que acusaron a su patrocinado lo hicieron porque no soportaban que fuese negro y exitoso (hipótesis que se fortaleció cuando se descubrió que uno de ellos era efectivamente racista). Al final, la realidad virtual inventada por los abogados fue asumida como verdad absoluta por la comunidad negra, y resultó más creíble para el jurado que la versión de los hechos respaldada por la evidencia. Como con toda buena historia, múltiples lecciones se pueden extraer de ella. Para mí, la más importante es cómo la causa de la justicia sufre irremediablemente ante el manoseo político de las investigaciones judiciales. Esta lección resulta relevante porque la última semana hemos sido testigos de la presión ejercida por diversos congresistas para que la fiscalía comparta con ellos información reservada sobre las investigaciones del Caso Lava Jato. Hasta se ha deslizado la idea...

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