Un niño y una radiola

Por Josefina Barrón. Escritora y comunicadoraDaniel Abdías Alejos Cornelio tenía solo trece cuando escogió uno de los discos de carbón de su padre y lo puso en la radiola que, como un tótem, yacía en la sala de casa. Era grandaza la radiola, toda de madera, marca Philco. De ella salieron acordes que no quiso dejar de escuchar. ?La Mandolinata?, polka de Luis Abanto Morales con letra de Leonidas Yerovi, llegó hasta él como una estampa del callejón de un solo caño que lo había visto nacer, en el corazón del Cuartel Primero. Siguió hurgando en el carbón. Descubrió ?Anita?, valse interpretado por Los Chamas; escuchó y escuchó ?El Plebeyo?, en la dulce voz de Jesús Vásquez, morena que aún hace eco en la memoria de su primera juventud. Puso ?Lámpara Maravillosa?, y soñó con Lucy Smith, a quien Abelardo Carmona había compuesto un valse que Los Morochucos interpretaron para él solito esa tarde.Es curioso cómo Daniel descubre su romance con la música criolla en San Martín de Porres, en medio del terral que provocaban los pasos de los vecinos que recién se hacían de la capital. Corría el año 1963 y Lima experimentaba sucesivas migraciones. Llegaban desde los rincones de los Andes a cambiar el rumbo de la historia y la del alma de la música limeña. Daniel y su familia habían dejado atrás el Cercado y el viejo jirón de Monserrate; el padre, que era tranviario y hacía la ruta de 2 de Mayo a Cinco Esquinas, nunca más desaparecería en las jaranas que duraban a veces hasta cuatro días. La madre se encargó de sacar de casa la guitarra y castañuelas que hacían bailar a su marido como trompo. Pero la Philco de noble madera haría su parte para que Daniel heredara la pasión que embargaba a su viejo. Y vaya, también Pocho...

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