QUEREMOS TANTO A CUBA

Por JUAN GOYTISOLO EscritorUno. Hace cuatro años, recibí la llamada telefónica de un desconocido que me preguntaba si estaría dispuesto a saludar al comandante William Gálvez, uno de los legendarios compañeros de Fidel Castro en el desembarco del Granma, a quien no había vuelto a ver desde 1961 durante mi visita a la isla de Pinos a comienzos de la revolución. Le dije que con mucho gusto ?era mi primer contacto con alguien perteneciente a los círculos cercanos al poder tras la ruptura de los intelectuales de izquierda con el castrismo a raíz del caso Padilla?, y lo cité en el café Glacier en la plaza de Marraquech. Nos reconocimos enseguida pese al lapso transcurrido y evocamos recuerdos comunes de nuestro encuentro: el hotel playero abandonado precipitadamente por sus dueños a la caída del dictador Batista y el baile de los soldados con muchachas isleñas al ritmo de un danzón cuya letra habíamos memorizado los dos.Después de una charla de unos minutos, el comandante, hoy jubilado y consagrado al estudio de la historia de la revolución, fue directamente al grano: ¿qué tenía yo contra Cuba? No era un vendido al imperialismo como otros y defendía causas justas. ¿Por qué mis reticencias hacia los cubanos? Ahora, me dijo, no se perseguía a los homosexuales como erróneamente se hizo en los años sesenta y setenta y las religiones africanas volvían por sus fueros y gozaban de entera libertad. Le repuse que no tenía nada contra Cuba, al revés. Que una cosa era Cuba y otra el sistema que se perpetuaba en el poder; que la Cuba que viví permanecía siempre en mi memoria y la echaba de menos pero mis desacuerdos con el régimen eran profundos y no podía resumirlos en una charla de café. Luego pasamos lista a los conocidos y nos despedimos amistosamente.Dos. Releer hoy las páginas de mi reportaje Pueblo en marcha, publicado primero en el diario ?Revolución? dirigido entonces por Carlos Franqui y luego como libro en París, me retrotrae a la época de mi efímero fervor revolucionario. Su esquema repite el de Campos de Níjar, con la diferencia de que la denuncia de la miseria entonces reinante en el sur de España ha sido sustituida con el elogio de los cambios sociales introducidos en la isla por la revolución.¿Literatura de propaganda? Sí y no, porque solo subraya los aspectos positivos aportados por aquella y omite cuanto no cuadra con ellos, pero mi entusiasmo de 1961 era tan sincero como el de decenas y decenas de millares de alfabetizadores de las...

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