Quehacer era una fiesta.

AutorSánchez León, Abelardo
CargoEditorial

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

Hubo un tiempo maravilloso en el cual la revista Quehacer funcionaba al estilo de las publicaciones que todo el mundo sigue y desea leer. Estábamos a finales de la década de los años 70, cuando a Henry Pease se le ocurrió la idea de fundar una revista de actualidad política, social y cultural, que acompañase al movimiento social peruano. Desde los años 60 había en el Perú una izquierda en actividad que llegó a ser considerada, en los años 80, como la más sólida, influyente y extendida de América Latina. En la concepción de Henry Pease, la revista debía dar fe de ese movimiento y, en alguna medida, comprometerse con él, guiarlo y llegar al poder. Henry Pease no era un revolucionario. Él era un político. No creía en los medios subversivos para alcanzar el poder. Venía de las filas de la Democracia Cristiana y su filiación con el cristianismo fue más fuerte que las posteriores ideas marxistas que leyó más con vocación académica, con las que no llegó a identificarse plenamente. La revista sería la voz de la izquierda. Y lo fue. A diferencia de la revista Debate, fundada por Felipe Ortiz de Zevallos, concebida como una plataforma de diálogo entre la derecha y la izquierda, los empresarios y los revolucionarios, Quehacer sí se veía a sí misma como la revista de la izquierda. De una izquierda que realmente existía y que necesitaba de un órgano que no fuese un vocero partidario, tampoco una revista de ONG y, menos aún, un boletín o un panfleto de una de las diversas facciones de la izquierda peruana.

Ese tiempo maravilloso funcionaba como el epicentro de Deseo, pues era el lugar donde todos caían, si es que no resbalaban. En el local de la avenida Salaverry se ubicó en el tercer piso, en el techo, y trabajaban en ella Juan "Cancho" Larco, su editor, y los periodistas José María Salcedo y Raúl González. Juan Larco venía de Cuba, donde estuvo vinculado al campo de la cultura, la literatura y el teatro, y, eventualmente, como trabajador en la caña de azúcar. A Juan Larco lo localizaron Marcial Rubio y Luis Peirano. Lo buscaron en las oficinas del Ministerio de Educación, donde cayó después de haber estado por más de diez años en Cuba. De aquella prolongada estancia mantuvo el acento de la isla, su afición por los cigarrillos negros, el café retinto y el uso de la guayabera. Estar en Cuba lo alejó del cine norteamericano y, aunque no lo crean, no sabía quién era Steve McQueen. José María Salcedo era, en aquellos años, un periodista nato. Lo suyo era el periodismo antes que la política.

Si bien Cancho funcionaba a veces como un comisario respecto a la línea política y a los temas a escoger, a Chema Salcedo le fascinaban los reportajes, salir a la calle, traer el aliento de la vida al cubículo de la revista. Raúl González, más bien, se encontró con un tema inusitado y que le dio un prestigio inesperado a la revista: me refiero a la aparición de Sendero Luminoso en 1980, la guerra interna, la estremecedora tempestad en los Andes, primero, y luego en las ciudades de la costa, e hizo de Quehacer una revista especializada en la materia. El triángulo, de cierta manera, terminó por configurarse: Juan Larco enhebraba la línea política, Chema Salcedo era la sangre de la calle y Raúl González se afirmaba como el periodista en asuntos subversivos.

De 1980 al 2000, Quehacer se consolidó como la publicación que daba línea a una izquierda legal, enfrentada, a su manera, a la izquierda subversiva de Sendero y el MRTA, donde Chema Salcedo era el responsable de que...

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