Un psicólogo urbano, urgente

Por Javier Lizarzaburu. Periodista

Hace unos tres años estuve en Chachapoyas y fue un amor a primera vista. Tomó unos minutos darme cuenta de lo que pasaba: había armonía. Fuera del caos y la estridencia que han invadido otros lugares, aquí había un evidente interés en mantener un cierto orden: fachadas blancas, y puertas y ventanas de madera. El neón y los ruidos excesivos parecían haber huido avergonzados. Es más, la catedral moderna que había reemplazado a la colonial, caída tras un terremoto, estaba siendo demolida para reconstruirse en armonía con el ambiente colonial.

No me quedó otra que preguntar qué pasaba. En el recorrido que había estado haciendo por el país lo que venía encontrando (salvo en las ciudades más grandes como Cusco, Trujillo o Arequipa) era todo lo opuesto: un catálogo de horrores urbanos donde la madera se ha cambiado por el metal, o el respeto a un cierto estilo arquitectónico se ha transformado en una expresión de individualismo que puede ser bien intencionado pero que termina siendo malsano.

En el caso de Chachapoyas, cuando pregunté me dijeron: "Es que el alcalde es alemán”. Nunca lo conocí pero dentro de mí asentí. Claro, había traído consigo una experiencia de ciudad que es casi universal y que habla de determinados rasgos que contribuyen a que la gente se sienta bien, y que añaden atractivo turístico y valor inmobiliario a un lugar.

¿Qué está pasando en el resto del país? Acabo de regresar de un viaje por el norte chico y volví a ver más de esos horrores. Y la verdad es que ¡nos estamos quedando sin ciudades de calidad! Es una pena pero lugares como Barranca, Supe y Casma, como la gran parte de pueblos y ciudades del país, han perdido todo el encanto que en algún momento tuvieron. Es cierto, muchos fueron...

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