Nuestro propio muro

Por Yoani Sánchez*

El sol quema fuerte y en la oficina de Inmigración y Extranjería la gente suda, pero nadie se queja. Una palabra crítica, una actitud de exigencia frente a los funcionarios puede terminar en castigo. Todos hacen cola en silencio y miran hacia la pared sin conversar. En esta tarde de mayo un centenar de personas aguardan por un permiso para viajar fuera de la isla. Conocido también como tarjeta blanca, esta autorización forma parte del absurdo migratorio que impide a los cubanos salir y entrar de su propio país. Es nuestro muro de Berlín, nuestra frontera minada pero sin explosivos. Una tapia formada por cuños, papeles y vigilada por la mirada torva de militares interponiéndose entre nuestros cuerpos y el resto del mundo.

Para reforzar tal desatino está también el alto precio del permiso de salida: unos US$ 170. Ese monto equivale al salario anual de un profesional medio. Sin embargo, para obtener el salvoconducto no basta con poseer el dinero o mostrar un pasaporte válido, hay que cumplir otros requisitos no escritos: contar con condiciones ideológicas y políticas que nos hagan elegibles.

Ante tantas dificultades, recibir el ?sí? es como escuchar descorrerse los cerrojos en una celda tapiada por años. Pero para muchos ?como yo? la respuesta siempre viene en forma de ¡no! Miles de cubanos hemos sido condenados a la inmovilidad insular, aunque ningún tribunal haya fallado tal veredicto. El ?delito? que hemos cometido consiste en opinar críticamente del gobierno, en formar parte de un grupo opositor o pertenecer a una plataforma defensora de los derechos humanos. En mi caso ostento el triste récord de haber recibido 15 negaciones de salida desde el 2008. He dejado una silla vacía en cada conferencia, en cada ceremonia de premiación o presentación de libros a la que me han invitado. En ningún caso he recibido explicación, solo la lacónica frase: ?Por el momento usted no está autorizada a salir del país?.

Pero no solo los inconformes o los críticos tienen restricciones. Quienes se graduaron en medicina saben muy bien que su título no solo les sirve para salvar vidas sino que funciona como impedimento para conocer otras latitudes. Centenares de doctores, enfermeras y personal de la salud han visto separarse a sus familias, a sus hijos partir al exilio, mientras ellos aguardan el beneplácito de las autoridades. Algunos esperan tres, cinco años o una década. La mayoría nunca lo logrará.

La lista negra de los que no pueden cruzar...

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