Prisioneros del miedo y la paranoia en la >.

AutorTrinidad, Roc
CargoPODER Y SOCIEDAD

[ILUSTRACIÓN OMITIR]

Podría haber ocurrido aquí ..., fue la inmediata reacción que experimenté al recibir las primeras noticias de la masacre en Virginia Tech. (1) ¡Jolín, Rocío, en este país nadie está libre!, dijo a su tiempo mi amiga española --cuyo novio enseña en una universidad de Virginia-- a la par que contestaba las llamadas de familiares de su tierra, preocupados por lo sucedido. ¡Acá nadie está libre, nadie está libre, libre, li-bre!, era el eco que me acompañó durante mis quehaceres del día y que generaba en mí preguntas como: ¿Qué tan libres somos en la >? ¿Es esta la tierra de la libertad? ¿Son los estadounidenses prisioneros de sus miedos y paranoias? ¿Hasta dónde pueden contagiarse el miedo y la paranoia? Yo, que afirmaba con rotundidad hace unos meses sobre ellos que eran exageradamente miedosos y paranoicos, ¿qué podría decir ahora?

Meses atrás, mientras caminaba por un colegio cercano a mi casa, encontré un gato tirado en un jardín. Me detuve, pero ante mi inexperiencia con los felinos me vi en la necesidad de pedir ayuda a una joven estudiante que andaba por ahí. Ella, a su vez, me dijo que iba a ir a pedir ayuda. Me quedé esperando hasta que llegó un hombre mayor con una bolsa de papel y me preguntó: Where is the gun? Muy sorprendida le respondí: ¡The what! The gun? What gun? Con una sonrisa forzada y sin salir de mi asombro le dije ¡It is a cat! Esta escena no era una confusión motivada por mi mala pronunciación, pues las dos palabras, gun y cat, son sonoramente diferentes. Esta era para mí la expresión más patética del miedo y la paranoia. Más aún cuando con gran satisfacción el hombre me dijo que prefería ver un gato muerto que un arma cerca del colegio.

Ahora lo entiendo. Las masacres ocurridas en el Instituto Columbine el 20 de abril de 1999 y en Virginia Tech el 16 de abril último, explican el porqué de su preferencia. La masacre de Virginia Tech, cometida por el estudiante de origen surcoreano Cho Seung-Hui, ocurrió a solo tres horas de distancia de donde yo estudio y entre los asesinados figuraba un peruano. Ahora puedo entender la paranoia y el miedo: ¡Acá nadie está libre!

Últimamente andaba yo muy fascinada con la Korean-wave, quizá por tener entre mis mejores amigos a dos surcoreanos encantadores, Juni Hee y Juhyung, y entre mi comida favorita el kimchi y el bibimbap. También he sido por años una pasajera de los taxis Tico, cabal expresión de la circulación de los bienes coreanos en el mundo. Corea no es...

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