No pretenda alcanzar la cima, a menos que sienta que la suerte lo acompaña

Por Lucy Kellaway (*)

Solo una vez a las quinientas alguien realiza un trabajo de investigación sensato y útil en una escuela de negocios. La semana pasada se publicó un estudio en la revista ?Proceedings of the National Academy of Sciences? (PNAS) que nos cuenta algo verdaderamente práctico: debemos cesar de venerar a los principales líderes empresariales del mundo, puesto que no son tan buenos como todos piensan.

Los autores Chengwei Liu, de Warwick Business School, y Jerker Denrell, de Saïd Business School, de Oxford, afirman que las personas extremadamente exitosas son atípicas, pues logran cosas extraordinarias en parte gracias a su suerte. Y una vez que se vuelven afortunados, llegan incluso a tener más suerte. Los ricos se hacen más ricos, como todos lo sabemos.

Tomemos el ejemplo de Bill Gates. Si no hubiera venido de una familia acomodada ?lo que le facilitó que se hubiese dado el gusto de ser un joven aficionado a las computadoras?, y si su madre no hubiera usado sus conexiones para abrirle las puertas a IBM, es probable que no se hubiera convertido en el hombre más rico del mundo. Esto no significa que el señor Gates no sea inteligente, sino que demuestra que podemos estudiar todo cuanto queramos, pero no vamos a llegar a ser como él.

En cambio, los expertos sugieren que centremos nuestra atención en el número dos, número que se relaciona menos a la suerte y más a la habilidad. Al analizar el modo en como alcanzaron su éxito, seguramente podemos aprender algo.

Todo esto se refleja en un enorme alivio. Significa que puedo deshacerme de la mitad de mis libros de negocios. Adiós a Jack Welch. Adiós a sir Terry Leahy. Adiós a Lord Browne y adiós a sir Richard Branson. No los echaré de menos. No se me ocurre ni una sola cosa que haya aprendido de todos ustedes, megaestrellas, salvo algo de asesoría brindada de manera sorprendentemente deficiente por Steve Jobs. Uno de sus principios más confiables era ?no te conformes? ?posiblemente el peor consejo de todos?. Hace un momento salí a comprar un sándwich de huevo, solo para darme cuenta de que no quedaba ninguno en la tienda, así que me conformé con un sándwich de jamón y queso. Como resultado, no pasé hambre y el sándwich resultó delicioso.

La semana pasada, un estudiante de 14 años me impresionó con un argumento similar sobre la irrelevancia de los megaexitosos. Salah Sirad fue uno de los nueve finalistas de una competencia patrocinada por el Bank of America Merrill Lynch, en la que...

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