El poder de la reacción en el Perú

Por CarmenMcEvoy

?Hoy día a las dos de la tarde he salvado a la república del abismo en que iban a sumirla el partido político más funesto y la debilidad del coronel Balta?, declaró el 23 de julio de 1872 su secretario de Guerra y aprendiz de golpista, Tomás Gutiérrez. Oponiéndose al resultado electoral que favoreció a Manuel Pardo ?primer presidente civil elegido luego de medio siglo de predominio militar?, Gutiérrez esbozó el libreto para los reaccionarios. Acá me refiero a esos personajes execrables de cuyo accionar aún sabemos muy poco a pesar de que sus procedimientos ?entre ellos el crimen y la mentira? han sido usados de manera sistemática en el Perú. Porque lo que se nota a lo largo de la historia política decimonónica, que creo conocer bien, es la existencia de una inercia capaz de destruir cualquier intento reformista o, lo que es peor, un ímpetu por engullir lo novedoso para devolverlo hecho un ?mamotreto indescifrable?, frase precisa que leí en un informe de uno de los propulsores de la reforma electoral de la década de 1860 que fracasó estrepitosamente. Si uno lee detenidamente los escritos de los reformadores, se notan la desilusión y la rabia frente a una ?cultura del sabotaje?, que ha sobrevivido por décadas para encarnarse una y otra vez entre cientos de conspicuos defensores del statu quo.¿En qué consistió la estrategia de Gutiérrez para preservar un poder y unas relaciones políticas que se reprodujeron por cincuenta años y ?con un breve paréntesis? regresaran con nuevos bríos luego de acabada la Guerra del Pacífico? Primero, el militar originario de Majes, que se empoderó en los años de la guerra civil y la plata fácil, decidió que una buena manera de legitimarse era conversar con la historia. ?El libro de los destinos del Perú?, subrayó en el boletín oficial de ?El Peruano?, tenía ?una página en blanco? reservada para él. Y si ?los pueblos eran justos? esta se llenaría con su nombre y los de sus clientelas. Segundo, su incontrolable necesidad de revertir el triunfo electoral de los civiles lo empujó a declararse el supremo jefe de la República. Es decir, la cabeza visible de ?un ejército moral y disciplinado? que, cabe recordarlo, ya no existía más. Treinta años de corrupción ?generada por el guano en manos de un Estado militarizado? habían carcomido las bases y la mística de los vencedores de Ayacucho. Finalmente, el discurso de la ?salvación nacional? no fue más que un pretexto para desconocer la madurez de una...

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