Periodista Javier Ascue emprende viaje a la eternidad

Sentado en la vereda de una gasolinería de Casma, el periodista Javier Ascue Sarmiento, que aún escribía a máquina con dos dedos, piensa que lo van a despedir. Es el año 1970, un día después del 31 de mayo, cuando un terremoto sepultó Yungay, en Áncash. A Javier le habían ordenado hacer guardia en el Grupo 8 de la Fuerza Aérea, desde donde se iban a transportar provisiones hacia Chimbote y el Callejón de Huaylas, las zonas más perjudicadas con el terremoto. Pero Ascue había convencido al fotógrafo José Michilot para subirse al avión en vez de regresar a El Comercio y, cuando llegaron a Chimbote, se dio cuenta de que cuatro periodistas de esta casa y de todos los diarios ya estaban allí. Y que él, novato redactor de 26 años, no tenía nada que hacer.

Al llegar a la salida de Casma, Ascue sigue pensando que lo van a despedir. De un patrullero, baja un policía que lo llama.

Creerán que somos saqueadores, supone Ascue. Pero el alférez Ochoa, quien había sido su compañero de clase en la nocturna del colegio Melitón Carvajal, ha bajado para ofrecerle ir en patrullero hasta Moro, a una hora y cuarto de Casma. ?Todos los periodistas se han ido a Huaraz por un camino demasiado largo?, lo tienta el policía mostrándole un mapa. Incorregible, Ascue confía en llegar al Callejón de Huaylas antes que ellos. ?Esto sí es periodismo, compadre?, le dice a Michilot.

Ascue empieza a entrevistar a la gente. Tiene los pies enfangados, pero le extraña que el piso esté demasiado blando. Entonces se da cuenta de que está encima de la barriga de un cadáver. Durante un par de años, a Ascue le quedará la manía de mirar el piso antes de pararse. [...]

Esa noche y las de las dos semanas siguientes no iba a lograr conciliar el sueño.(Julio Villanueva Chang)

Treinta y cinco años despuésA Javier Ascue, el olor a muerte lo mantuvo vivo. Lo tenía estampado en la carne y en la ropa desde que salió de Chimbote a Casma, después a la hacienda San Jacinto y luego a pie hasta las alturas de un callejón de un solo daño: el de Huaylas, devastado por el terremoto; mientras los otros periodistas se iban por un camino más seguro.

Luego de más de tres décadas, ha regresado. A lo lejos, Ascue reconoce un ómnibus medio enterrado, que junto con las palmeras fue lo único que quedó encima del alud. Ahora es una chatarra turística vejada por grafitis. ?Casi me vuelvo loco, escuchaba voces que me pedían ayuda de debajo, lloraba cuando los niños me preguntaban por sus madres, dormí una noche a la...

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