Periodismo y mermelada

Por Juan Vargas Sánchez

Cuando un periodista económico renuncia a su imparcialidad y empieza a cobrar por defender un punto de vista o hablar a favor de un determinado grupo de interés se convierte en un ?mermelero?. Y no hay algo peor que serlo.

El periodista John, a quien conocí cuando apareció en la redacción con zapatillas, pantalones jeans y el cabello largo, nunca tuvo las cualidades que se requieren para caer tan bajo. Para bien o para mal, siempre le fue ajena la facilidad de venderse, de prostituirse. Y me resulta imposible imaginármelo revolviéndose en el lodo con tal de que le avienten un sobre de dinero.

Ser ?mermelero? no consiste en recibir un regalo, sino que es un tema de proactividad: de tocarle la puerta a un empresario o gremio y pedirle dinero o servicios a cambio de publicar una nota halagadora sobre ellos.

Como John nunca ha pertenecido a esa escoria, no pudo contarme de primera mano alguna anécdota, pero los rumores sobran, en particular sobre una institución de amigotes que con el tiempo se volvió legendaria.

MERMELEROS S.A.La primera vez que John escuchó sobre este grupo fue al día siguiente de una memorable cena a la que habían asistido algunos editores y periodistas de las secciones de economía de algunos diarios y revistas.

La idea del convite había surgido de un fructífero desayuno de trabajo entre el investigador de temas económicos de una conocida publicación y el jefe de prensa de la empresa de telefonía más importante del país. El segundo quería un mejor trato en la prensa y el primero quería recibir algo a cambio de comprometer la línea editorial de su medio de comunicación.

La reunión se llevó a cabo en un conocido restaurante y cuatro periodistas aceptaron ir. Algunos otros a quienes también le pasaron la voz, se abstuvieron. La abultada cuenta de la comilona y los tragos que corrieron por la mesa la pagó el asesor de la empresa de telefonía.

La juerga tuvo resonancia y se repitió un mes después. Invitaron a más personas. En esa segunda reunión ya todos sabían a que estaban jugando. En medio del jolgorio a alguien se le ocurrió que el grupo de tan buenos amigos y con los mismos intereses debería tener un nombre. Grandes lectores, mentes cultivadas, conocedores del lenguaje, acertaron con hacerse llamar La Cofradía.

Las reuniones se hicieron más frecuentes, el círculo se amplio para dar paso a gente de la televisión, otros prefirieron apartarse. Surgieron los casos de común interés: compartir información...

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