Perdiendo oportunidades

Por Carlos Adrianzén. *Frente a lo trágico, ayuda no dramatizar. La semana pasada abortó un saludable intento de reforma de la administración pública nacional. Este proyecto fue enviado al tacho (o a su minimización legal, que es lo mismo) sin que a nadie pareciera importarle y a pesar de su relevancia para dibujar un mejor futuro para todos. Hubiera sido algo muy saludable porque implicaba el reordenamiento de una porción de la burocracia, según los méritos de cada quien. Aunque no incluía a maestros, militares, policías o servidores de salud, si introducía la posibilidad de que los probadamente incapaces resulten despedidos ?¡oh, blasfemia de blasfemias!? con respeto. Ni bien se aprobó el proyecto en la Comisión de Presupuesto del Congreso, se incendió la pradera. Automáticamente la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP) utilizó todos sus recursos y aliados para despertar la hostilidad y rechazo ciudadano. Al instante, el grueso de nuestros congresistas se escondió debajo de sus curules y no faltó un fujimorista, presidente de la Comisión de Trabajo, que se opuso tajantemente a la reforma (haciendo gala de su coherencia y olfato). Así ?y a pesar del entusiasmo propio de un niño explorador con que Servir lo trató de defender? el intento fue puesto en retirada. Hoy se contempla que el borrador se convierta en otro papel inútil, inodoro e insípido (en el mejor de los casos). ¿Pero qué pasó realmente? Para entender las cosas vale la pena enfocar qué estuvo en juego. Por generaciones, hemos sido educados en la creencia de que el Estado es el gran salvador de la economía. Algo así como la reencarnación de Viracocha, Superman o Carlos Alcántara. Alguien que nos salvaría de todos nuestros problemas. El inconveniente estriba justamente en que el Estado no existe. Que existen...

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